Hoy la Iglesia nos ha propuesto una parábola de Lucas que, desde mi punto de vista, nos denuncia con seriedad a todos, especialmente a la vida consagrada… al menos así me ha sonado esta mañana cuando la escuchaba una vez más en la Eucaristía. Situémonos: un hombre invita a un banquete a mucha gente que, uno a uno, van poniendo excusas para no acudir (cada cuál más razonable, eso sí) hasta que el anfitrión decide llenar la sala de cojos, pobres y demás gente “de mal vivir”. Y, no sé muy bien el motivo, pero a mí se me ocurría pensar que la de excusas que muchos consagrados y consagradas pondríamos a semejante invitación a “perder el tiempo” en un banquete si no supiéramos el final de la parábola: seguro que teníamos una reunión fundamental para programar no sé qué actividad de pastoral, o unos cuantos documentos que leer sobre las últimas directrices de la Iglesia sobre Nueva Evangelización, o unos cuantos papeles (urgentísimos todos, ¡por supuesto!) que hay que rellenar para entregar a tiempo a alguna administración pública, o una comisión de trabajo para elaborar proyectos y documentos para ser “más significativos/as”… ¡vamos! ¡Las agendas demasiado llenas con demasiadas tareas importantísimas y urgentísimas como para tener “vida social” y gastar el tiempo en algo tan poco provechoso!
Las excusas, como siempre (también en la parábola) son legítimas y “políticamente correctas” pero muchas veces nos impiden “perder el tiempo” compartiendo con otros sus preocupaciones, sus alegrías, sus búsquedas… y se convierten en ocasión perdida de amar en lo concreto. Tanta agenda y tantos “banquetes rechazados” que no nos dejan encontrarnos con ese Jesús que, como decía San Francisco, viene a nosotros cada día en humilde apariencia.
Steve Niskanen, CMF
La vida consagrada de los Estados Unidos no siempre es bien conocida por los consagrados de otras latitudes. El claretiano Steve Niskanen,...