LA PIEDRA DESECHADA

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En la parábola de los viñadores homicidas percibimos una realidad muy presente en la vida de Jesús: el rechazo.

A veces nos imaginamos a un Jesús exitoso, rodeado de multitudes que aceptan su mensaje de una forma acrítica. Pero si nos fijamos esas multitudes son de los que no cuentan socialmente, de los que están fuera de la salvación. Los evangelios lo resumen muy bien: publicanos y prostitutas. Es decir, aquellos que tenían cerradas las puertas de las relaciones, con Dios y con los demás. Esos bienaventurados sí que aceptan el Reino que es regalo inclusivo.

Pero los «bienpensantes» y los «bienobrantes» son los que matan a los criados y al heredero. Ellos quieren ser los propietarios de la viña, los propietarios de Dios.

Un Dios fabricado a su imagen y semejanza que excluye a aquellos que no son dignos de entrar en ninguna casa. Por eso no aceptan que Jesús entre en la casa de Mateo o que  otra pecadora pública se cuele en la casa del fariseo y mime a Jesús adelantando su sepultura como nadie lo va a hacer nunca.

Los que desechan la piedra angular lo hacen porque esa realidad de un Padre que no pide cuentas no deja visibilizar los esfuerzos de una salvación de puños y de méritos. Desde esta clave de la gratuidad no se pueden establecer las comparaciones de los que se autojustifican: “Gracias Señor por no ser como ese publicano”.

Es tan difícil vivir desde aquí que solo los que se sienten absolutamente perdidos y menesterosos aceptan las nuevas relaciones que trae consigo el Reino. Es por ello que el fracaso y la fragilidad forman parte de Jesús y de sus seguidores. Piedra angular desechada porque es demasiado hermosa en su propuesta de amor sin pedir nada a cambio, ni siquiera la justificación de los que se creen mejores.