Mirando al cielo

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La lectura de Hechos nos recuerda la necesidad que tenemos del recuerdo, de la espera. Ese mirar al cielo que se puede convertir en evasión si se prolonga demasiado en el tiempo.
Hay una tendencia del ser religioso (en muchas religiones) de trascender lo que es de aquí, casi como un escapismo cotidiano, un ansia de evasión, de hacerse creer a uno mismo que lo de aquí abajo no es verdad o que es demasiado feo para experimentarlo. Yo creo que todo ello puede llegar a ser lícito en este intento de fuga vertical de quedarse mirando al cielo.
Pero Jesús estaba muy a gusto mirando al suelo. Evidentemente en relación con el Padre, pero descubriéndolo en lo mezclado de la realidad. En esos gustos diversos del día a día en lo que nada es totalmente puro (en el sentido moral), pero en el que la intensidad de lo confuso puede llegar a ser un don.
Ello no quiere decir que debamos dejar de buscar a Dios, no. Simplemente que Dios sale a nuestro encuentro en esa horizontalidad provista de transcendencia que es mucho más trascendente (en lo que atañe a salir de uno mismo y encontrarse con el otro) de lo que a primera vista pueda parecer.
Puede ser verdad que mirando al cielo, sólo mirando al cielo, descubramos esa pureza de lo divino. Pero también puede ser que mirando hacia al frente nos topemos con lo impuro (lo mezclado) que es presencia de un Dios encarnado y de un Espíritu libre que se encuentran como pez en el agua en este suelo tan nuestro de contradicciones. Y que en las contradicciones, en las propias y ajenas, se despereza y se recrea recreándonos.
Por eso me atrevería a decir(me): mira(d) al suelo…