ACOMPAÑAR A NUESTRO PUEBLO

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La situación de Venezuela «marca la agenda» de la vida consagrada

Carta del superior general de los Escolapios 

(Pedro Aguado, Superior General de los Escolapios). Escribo esta carta recién llegado de Venezuela, donde he podido compartir la vida y milagros -uso conscientemente esta expresión coloquial- de nuestros hermanos escolapios en aquél país tan golpeado por una profunda crisis global que afecta a todos los órdenes de la vida de los ciudadanos. Soy consciente de que en todos los países hay dificultades sociales y políticas, y de que la Orden vive y trabaja en contextos aún más duros que el venezolano. Pero creo que, al menos a nivel americano -y desde luego a nivel escolapio, lo que allí se está viviendo es muy significativo.

Pienso también en lo que nuestros hermanos están viviendo en Camerún, sobre todo en la zona anglófona del país (Bamenda), en la que la vida está paralizada, la violencia y la tensión se viven en el día a día y la decepción, indignación y tristeza por una situación que es percibida como injusta y de abandono por parte de las autoridades, son notorias. En ese contexto, nuestros hermanos, además de tratar de dar una respuesta escolapia a la situación que se vive, han tenido incluso que buscar soluciones para que los juniores, en la medida de lo posible, puedan seguir adelante con su vida escolapia. Han tenido que trasladar algunos a Yaoundé para seguir estudios, otros han sido enviados a diversas comunidades para apoyar la misión, etc. Una situación difícil y dolorosa.

Pienso en nuestra nueva fundación de Perú, en la que hemos sufrido las trágicas con-secuencias de las graves inundaciones que han asolado el país y que han condicionado la vida de nuestro recién inaugurado colegio, como en tantas otras escuelas del país. Y cuando reflexiono sobre esto, recuerdo lo que el P. Kasimierz me explicaba hace tres años del sufrimiento de su gente a causa de la guerra en Ucrania, o el miedo que se percibía en Congo esta Navidad cuando era más que probable un estallido bélico que, gracias en buena parte a la mediación de la Iglesia, se ha ido reconduciendo, aunque el riesgo sigue presente. Me viene a la mente el drama de los refugiados o el de la inmigración, presente en tantos países en los que estamos trabajando. Pienso en tantas situaciones de dificultad y de dolor -estructural o coyuntural- que nos toca vivir como escolapios.

Y cuando pienso en estas realidades, me acerco a otras que han marcado nuestra historia como Cuba, Nicaragua, Colombia, Europa Central y del Este, España… Prácticamente en todos los países tenemos la experiencia de tratar de ayudar a buscar luz en medio de la noche. La Orden sabe qué significa “acompañar a nuestro pueblo” allí donde las circunstancias son especialmente duras y difíciles. Y nuestra opción es siempre la misma: nos quedamos con nuestra gente, para recorrer el camino con ellos.

Por eso quiero compartir con vosotros algunas reflexiones, sin duda iluminadas y condiciona-das por la intensa visita que he hecho a Venezuela, centradas en los dinamismos que emergen de nuestro corazón escolapio cuando la vida nos sitúa en medio de realidades duras y difíciles, sobre todo para los más débiles de nuestras sociedades. Espero que sepáis entender las “concreciones venezolanas” de mi carta, pero estoy seguro de que sabréis adaptarlas a otras realidades, desgraciadamente numerosas, en las que no es fácil ver un horizonte de esperanza.

La visita a Venezuela no estaba prevista en el calendario de la Congregación General. La de-cisión de viajar a ese país la tomé por una razón tan simple como profunda: en casi todos los lugares en los que me hago presente, en algún momento, los escolapios me preguntan “¿cómo están los nuestros en Venezuela?” Hay un hondo sentir en la Orden de que en Venezuela están viviendo circunstancias extremas de inseguridad, de falta de medios para vivir con normalidad, de desestructuración social, de dificultades para nuestras escuelas, etc., y todos estamos preocupados y solidarizados con nuestros hermanos escolapios. La verdad es que la constante pregunta despertó en mí un sentimiento claro: debo viajar a verles. Esta convicción coincidió con una invitación del P. Provincial, y definimos las fechas del viaje. Por eso os invito a todos a preguntar por los hermanos que están en situaciones difíciles y a orar por ellos.

Me propuse tres objetivos sencillos par este viaje a Venezuela: conocer, animar y bendecir. Y eso es lo que intenté hacer a lo largo de la intensa visita realizada, que tuvo su punto culminante en la profesión solemne de cuatro jóvenes escolapios: José Alejandro, Freddy, Pablo y Alain.

En cuanto llegas a Venezuela te das cuenta de la realidad que se vive: ves las colas interminables de personas que esperan su turno para comprar un poco de pan o algo de comida; escuchas las historias de tantas personas que han perdido a alguien por la violencia que recorre el país; te cuentan la situación económica que viven; te enteras de que hay restricciones en la gasolina, en un país productor de petróleo; ves pocos coches cuando viajas, porque la gente no los puede mantener; te das cuenta de los esfuerzos generosos de los hermanos para que durante la visita pudiéramos comer con relativa normalidad en cada una de las comunidades, etc. Son “datos de la realidad” que aparecen rápidamente, en cuanto te mueves por el país.

Pero en medio de tanta desolación, lo que más impacta es conocer niños que se desmayan en el colegio porque no han podido comer o que no pueden ir al colegio porque les robaron los zapatos. Nunca había estado en una reunión de delegados de alumnos de un colegio en la que los muchachos se echaban a llorar cuando contaban las cosas que les ilusionan o que les preocupan. Os aseguro que a cualquier escolapio le pasaría lo que les pasa a los nuestros: viven un completo e integral compromiso de “acompañar a nuestro pueblo”.

¿Cuáles son los dinamismos escolapios que he visto en Venezuela y que veo en tantos lugares de la Orden? Los comparto con todos vosotros, sólo con el fin de que podáis conocerlos y que esto os ayude a tenerles presentes en la oración.

El primero, sin duda, es el coraje apostólico. Lo he visto en cada uno de los lugares que he visitado. A pesar de que todo es muy difícil, cada día abrimos nuestras escuelas, atendemos a la gente de las parroquias, buscamos cómo ayudar a los que menos tienen, seguimos con nuestros planes y proyectos, seguros de que la mejor aportación que podemos hacer como escolapios es llevar adelante nuestra misión.

He visto ánimo, entrega, cercanía, dedicación. Y eso es muy escolapio. Pienso que estamos delante de una bella página de la historia de la Orden, y es bueno que seamos conscientes de ello.

He visto también necesidad de discernimiento. Ante la realidad que se vive, se hace absolutamente necesario discernir sobre cómo debemos responder y qué tenemos que repensar de nuestra vida, de nuestras propuestas, de nuestras decisiones, etc. Me da mucha alegría que el P. Provincial ya ha convocado a una “asamblea de discernimiento” a los escolapios que están en Venezuela.

La importancia de la cercanía de la Orden. No siempre se puede expresar con la presencia física, pero es muy importante. Saber y sentir que la Orden nos acompaña en nuestra vida y en nuestras dificultades a todos nos ayuda y sostiene. Esta es una de las convicciones que con más claridad se va consolidando en mí desde la experiencia de estos años.

Cada vez valoro más el consejo que San José de Calasanz dio a los escolapios en la carta en la que comunicaba la reducción de la Orden: No cesen de vivir alegremente el ministerio y de estar unidos y en paz, esperando que Dios remediará todas las cosas”1. Calasanz pedía alegría, dedicación al ministerio, trabajar unidos y confiar en Dios. Puedo decir, con agradecimiento, que nuestros hermanos escolapios tratan de vivir desde esas claves en medio de una realidad que, sin duda, les desborda.

Creo que debemos reflexionar mucho sobre estas cuatro orientaciones de Calasanz, que marcan la historia de la Orden en sus momentos más difíciles. Los considero muy valiosos, y pienso que debiéramos colocarlos en el centro de nuestro discernimiento: la comunión fraterna desde la que afrontamos los problemas; la confianza en Dios que siempre responde con justicia; la entrega a la misión desde la que encarnamos nuestra vocación y la alegría que no queda cuestionada por las dificultades, sino potenciada por la convicción con la que tratamos de afrontarlas. Vale la pena pensar sobre ello.

Un sentimiento de que “debemos hacer más”. Esta pregunta ha estado presente a lo largo de mi estancia en Venezuela. Entregamos y dedicamos la vida, pero nos parece siempre poco. Dios nos conceda siempre el don de querer darnos más y el de la sabiduría para comprender que también debemos cuidarnos para poder seguir dándonos a los demás.

La llamada de los niños y de los jóvenes. Las situaciones de vulnerabilidad desde la que los niños y jóvenes viven día a día estimulan y convocan profundamente a nuestros hermanos, a los educadores de los colegios, a los miembros de la Fraternidad Escolapia. He visto dolor, pero no he visto desánimo. En todos está clara la conciencia de que “no podemos fallarles”, de que los niños y los jóvenes nos necesitan, y por ellos continuamos. Siento que Calasanz está presente en Venezuela, en Lima, en Bamenda, y en todos los lugares en los que los escolapios volvemos a hacer la misma experiencia calasancia que da origen a las Escuelas Pías.

Necesitamos ofrecer y vivir signos de esperanza. En medio de esta situación, la Provincia decidió llevar a Venezuela la profesión solemne de cuatro religiosos escolapios. Y la llevó a un lugar bien significativo, donde se vive con toda su crudeza la realidad del país: nuestra parroquia “San José de Calasanz” del sur de Valencia. Una decisión, sin duda, profundamente significativa.

Sabemos que una profesión solemne es siempre una ocasión de alegría para todos, sobre todo para los escolapios. Pero lo que allí se vivió, por parte de todas las personas que abarrotaban el templo, fue algo fuera de lo común. Y pienso que la causa es clara: hacía mucha falta celebrar y experimentar que el amor de Dios es real y transforma nuestra vida. Esta es la razón de nuestra vida y la garantía de nuestra fidelidad, y así lo vivimos y lo tratamos de testimoniar. Uno de los escolapios que estaba presente en la celebración, un hombre sencillo y bueno, ya mayor y que lleva toda la vida en Venezuela, me dijo esta frase: “P. General, no sé cómo será el cielo, pero estoy seguro de que lo de hoy se le parece mucho”. No hacen falta más palabras ni discursos.

Termino esta carta fraterna expresando mi agradecimiento a los hermanos que, en donde les toca estar, por difícil que sea, toman la decisión irrevocable de seguir acompañando al pueblo al que el Señor les envió. A ellos, y a todos, recuerdo las palabras del Señor que en este tiempo de Pascua leemos y meditamos: “En el mundo tendréis tribulación, pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

Recibid un abrazo fraterno.