NUEVO NÚMERO MONOGRÁFICO DE VR

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cubierta4-16La totalidad en tiempos de fragmento

En 1999 Pier Giordano Cabra1 ofrecía uno de sus iconos de vida consagrada desde las figuras de Juan y María. Una reflexión especialmente lúcida que nos presentaba, entonces, el contraste en claro-oscuro de la significación de la consagración a partir de la «nueva comunidad» de María y Juan: «…desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,27). En esa escena terrible, entrañable y eterna al pie de la Cruz, se desvela la comprensión inequívoca de que la totalidad de la consagración es una unción apocalíptica que subraya que «la realidad de este mundo no es la última palabra»2.

Confianza y espera creativa

Hay dos rasgos que a nuestro parecer se deben rescatar para una comprensión apocalíptica de la vida consagrada: la confianza absoluta y la resistencia.

La confianza alude a la fe y, por tanto, a la renuncia explícita de aquello que la lógica humana puede pedir. O, incluso, aquello que el «sentido común dicta». Las cosas, desde la visión de la consagración sortean la lógica humana, la transgreden y sitúan a la persona en clave de eternidad, la cual posibilita una lectura en caridad que sobrepasa el juicio y la cordura. Es la diferencia de responder como se merece, o responder conforme al querer de Dios. En el momento último de donación de Jesús en la Cruz, no aparece el juicio, sino la convocatoria a una nueva esperanza de comunión y relación: «he ahí a tu madre…» (Jn, 19,25). Esa confianza absoluta es, en sí, la decisión profética y el compromiso transformador de una vida que pretende abrir caminos, inaugurar espacios y recrear humanidad.

La resistencia nos evoca, por otra parte, la fidelidad o permanencia creativa en la obediencia a la misión. El rasgo profético por definición de la vida consagrada no son los efectos de transformación que el «mundo» ha de reconocer por evidentes, sino la constancia y la conciencia de estar reivindicando unos valores que no pasan, ni se contaminan. Resistir no es en sí juzgar, sino testimoniar y ofrecer. Resistir es estar, acompañar y recrear el camino de humanización, muchas veces perdido por un aparente progreso. Es además, auténtica resiliencia, porque es indudable que hay un sinfín de acontecimientos y retos que invitan a desistir o conceder; a mudar o relativizar la profecía.

Pero además, esa espera, lejos de ser estática. Ha de ser cambiante, creativa, activa, vital. Una vez más, María y Juan, desde una escena que nos parece estable, contemplativa, litúrgica, desarrolla un dinamismo de creatividad mediante el cual se inaugura una comunidad de reino; una relación absolutamente nueva y fecunda.

La vida consagrada experimenta en este siglo una llamada explícita a trabajar la resiliencia como respuesta creativa a la dificultad. El paso de una estructura fuerte, a una realidad objetiva de debilidad, no solo invita a una adecuación y reorganización de formas y estilos, sino a una auténtica resiliencia como estilo e impronta de confianza en una verdad que sustenta los valores de los consagrados, más allá de una sensación de esterilidad.

La virginidad o la totalidad en la pertenencia a Dios

La apocalipsis encarnada por los consagrados apunta hacia una nueva identidad. La pertenencia en totalidad a Dios no es una suerte de protección frente a la adversidad, sino una posibilidad liberada en el corazón para ser de todos y para todos. Los consagrados son quienes, por definición, expresan con su vivir que «ante Dios y en Cristo, ya no hay diferencias entre las personas. Que el individuo, sea quien sea, es amado y reconocido independientemente de sus funciones, cualidades objetivas o herencia. Y que sólo esto hace que nazca el verdadero universalismo» . Y es que en un contexto plural, por definición, abunda, sin embargo, el control y la clasificación; la fragmentación y el descarte. Volver a creer en la persona como interlocutor de Dios, toda persona y en toda situación, necesita quien lo testimonie y prodigue. Esos son los consagrados quienes experimentan por haber sido encontrados por Dios una capacitación especial para la universalidad del amor. La virginidad consagrada es, ante todo, un compromiso de vida por amor y para el amor que necesita expresarse, hacerse manifiesto sin la reducción de la parcialidad y desde la donación total, completa y universal.

Es, así mismo, un compromiso vital enriquecido en la libertad. La sola pertenencia a Dios, lejos de limitar la posibilidad de amor, la hace más extensiva y real; más concreta y comprometida. El límite de ese amor, hay que buscarlo en el mismo Dios que es, por definición, el amor sin límites ni condiciones.

La vida consagrada recrea su profetismo en la Palabra de la que bebe y donde se recrea. En ella descubre al ser humano como la gran opción de Dios a lo largo de la historia. Compromete así el caminar en misión para proporcionar a la persona vías de encuentro y, por consiguiente, de realización al dejarse descubrir por el creador. Le anuncia que esta Palabra es vida y la «constituye como sujeto único y amado, independientemente de sus cualidades, herencia o relaciones. Esta Palabra le reivindica contra los poderes que le oprimen y querrían hacer de él un número o un peón. Esta Palabra afirma que el individuo pertenece a una familia que supera las fronteras, los guetos, los particularismos identitarios»5. Es por tanto, un anuncio plenamente apocalíptico. Está diciendo la vida consagrada al mundo en el que se inserta que las claves de comprensión de la persona han de ser diferentes. La escala del reino devuelve al ser humano una libertad y hondura que las reivindicaciones humanas, sociales y culturales han podido contaminar.

Seguir al cordero donde quiera que vaya

Rotas las fronteras estables, a los consagrados les duele especialmente ver cómo una parte de la humanidad se ha convertido en nómada, buscando la vida. Los pueblos desplazados, las culturas rotas y las familias absolutamente divididas se convierten en fronteras geográficas, culturales y religiosas en las cuales se hace imprescindible la voz suave de quien es, y quiere ser, testigo de la misericordia.

El «seguir al Cordero donde quiera que vaya» es algo más que un principio espiritual de disponibilidad. Se trata de una actitud ante la vida. Integrar la experiencia apocalíptica para los consagrados de esta era es retomar la dinámica habitual de itinerancia y éxodo, más allá de lo que la fuerza de la inercia o costumbre ha convertido los tradicionales «destinos» en la vida consagrada.

Es aquel amor intenso, real y hasta dolorido que, sin embargo, no exige la perpetuidad en el tiempo, el sitio o el estilo, sino la marca de la intensidad evangélica. Creemos que este aspecto está fuertemente debilitado en la agilidad de las familias religiosas y en consecuencia en el mordiente provocador que un estilo de seguimiento definido por la libertad debe tener. Seguir al Cordero es la libertad verdadera frente a cualquier tentación de confort. Es la movilidad, la itinerancia y la avidez para llegar a conocer qué piensa, qué comparte y qué necesita la persona de nuestro tiempo. Donde quiera que vaya es la apertura al areópago de misión de este presente, no el que fabricamos para ofrecer lo nuestro, sino el que nos encontramos y es en el que la Palabra y la presencia de Cristo quiere hacerse fecunda y viva.

No hay, para los consagrados, lugares alejados, o exentos de un Dios que quiere Salvar. Hay sencillamente lugares, ámbitos y personas, entre los que estamos llamados a inaugurar nuevos estilos de presencia, que además sean generosos y subversivos y así devuelvan, en ritmo de parábola, el recuerdo de Reino que reside en todo corazón humano. Nadie, como los llamados al seguimiento de Jesús desde la vida consagrada, para expresar y encarnar esta nueva convocatoria de comunidad plural que anuncia salvación para la sociedad del siglo XXI. Porque «esta comunidad no es un lugar que se elija, donde uno se encuentre por afinidades, sino el espacio donde cada cual puede vivir con un «nombre nuevo» recibido de Dios y con una misma dignidad, esperando el mundo nuevo, la «nueva Jerusalén», lugar de verdadero descanso donde «no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido»6. No son los consagrados quienes hablan de realización, sino de esperanza. Y en esa esperanza es donde se sustenta el cambio de una nueva visión de la humanidad.

«No hay mentira en su boca»

Es quizá una de las cuestiones más delicadas de este presente. La cantidad de afirmaciones y subrayados de la vida consagrada lejos de encumbrar la propuesta del seguimiento de Jesús como una profecía de nuestro tiempo, la desgastan. La precariedad actual de las estructuras pasadas convierte la tensión de las congregaciones y órdenes en una cadena de discursos de reconocimiento de lo que fuimos, para alejar el dolor de lo que somos. Esa misma tensión, a nuestro parecer, debilita los círculos de verdad de las comunidades, bien por precariedad, bien por funcionariado o por la suma de ambos factores. La vida consagrada sostiene en su esencia que es una propuesta intercultural e intergeneracional. También estos aspectos, de máxima actualidad, son cuestiones en las que se vive la dificultad de poderlo expresar con la calidad evangélica que creemos necesaria. La identidad «inter» no significa la capacidad para sumar sin confundir, exige por el contrario, integrar, aunar, nacer o conquistar una nueva cultura para el encuentro o nueva identidad para el diálogo.

En los «discípulos del Cordero no hay mentira en su boca» y es tan cierto y justo como afirmar que en la vida consagrada no hay mentira. ¿Dónde radica la cuestión? A nuestro modo de ver, en la falta de claridad de las opciones que respondan a las realidades vitales. No hay, en absoluto, problema con los grandes principios, pero sí hay ambigüedad en cómo estos se encarnan.

La vida consagrada desgrana un mensaje apocalíptico anunciando que testimonia los tiempos nuevos, donde no habrá llanto y luto. Son tiempos en donde la igualdad entre las personas es evidente porque se participa de ella. No habrá distinciones. Lo cual exige una agilidad en el desplazamiento de las presencias aún mayor. Estables y adormecidos en contextos que no exigen que la profecía pase del mensaje a la vida, pudiera ocurrir que los consagrados se acostumbren a decir sin vivir; o proponer sin que la propuesta exija testimonio.

Algo similar ocurre con la vida fraterna en comunidad. No basta para el género apocalíptico una propuesta armónica de ámbitos comunitarios que funcionen o estén organizados o se acomoden perfectamente al ritmo de la ciudadanía. Necesita conquistar el contraste, la radicalidad y la ruptura. Necesita experimentar el compartir todo, no desde la altura, sino desde la base, para hacer creíble que el Reino y sus dones, como es la fraternidad, acompaña a aquellos y aquellas que hoy son considerados últimos.

La identidad de la misión con la pluralidad de la familia religiosa también es otra cuestión llamada a dejarse empapar de verdad. Insertos en sociedades eficaces y acuciadas por la rentabilidad, se reduce la misión a la acción y, por consiguiente, a la edad denominada fecunda o laboral. Queda sesgada entonces la profecía de la intergeneracionalidad, cuando solo unos pocos son los que hacen, participan y se realizan, mientas los cuerpos envejecidos de las congregaciones y órdenes se auto-contemplan en una deriva donde la esperanza, poco a poco, viaja hacia el recuerdo.

No menos delicada es la interculturalidad que forma parte del ADN de la vida consagrada y de la universalidad de los carismas. Sigue siendo una asignatura de difícil integración en la vida consagrada. Hay claras diferencias y estilos que lejos de dialogar, aprenden a soportarse, sin que de la convivencia brote la experiencia de vida que se parte y reparte.

Hay más cuestiones en las que la ambigüedad dificulta el rasgo subversivo y apocalíptico de la vida consagrada. La misión compartida, por ejemplo, es un idioma comúnmente aceptado entre los consagrados. «En misión con otros» es un principio indiscutible. Sin embargo el arte y disponibilidad para el mismo, adquiere notables puntos de discusión. Creemos, que hasta que no cambien la identidad de la misión, las estructuras y presupuestos desde donde los consagrados se acercan a la realidad no experimentarán auténtica misión compartida. Al menos, no se logrará esa provocación evangélica en contextos donde nos siguen leyendo como propietarios, directores u organizadores de la propuesta.

Podríamos concluir diciendo que, en verdad, «no hay mentira en su boca». Hay búsqueda sincera de la verdad. Sin embargo, es una situación de encrucijada en la cual está resultando, muy doloroso, el desprendimiento de un pasado, que no existe en la misión, pero está muy presente en el cómo de nuestra organización, economía y libertad evangélica.

1          Cf. Cabra, Pier Giordano, Iconos de la vida consagrada, Sal Terrae, Santander 1999. 44-45.

2          Cuvilier, Elian, Los apocalipsis del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 2002, 59.

3          Cuvilier, Elian, o. Cit. 60.

4          Cf. Gutiérrez, G., Beber en su propio pozo, Sígueme, Salamanca 1984.54.

5          Cuvilier, Elian, o. Cit. 60.

6          Cuvilier, Elian, o. Cit. 61.