Imágenes de Dios
En la sociedad de la imagen reflexionamos, curiosamente, sobre nuestra imagen de Dios. Una apropiación que lleva acompañando toda la historia de la humanidad. No es la imagen que yo tengo de Dios, sino mi vida configurada a imagen de Dios.
Aquel que no tiene imagen y las tiene todas, Quien no se puede someter a criterios de espacio y lugar, pero está en todos los sitios; Quien es más allá de un país o un color, una costumbre o una religión… pero que habita en todo país y corazón; en la cultura y costumbre de todo pueblo; en la religión y en la fraternidad de toda cultura… Aquel que no conocemos y está… es el que pone en nuestro corazón el creer y el obrar; el buscar el bien y el soñar; el caminar con otros anhelando una fraternidad que, significativamente, es una de las mejores imágenes de Él. Más de mil palabras podemos usar para referirnos a nuestro Dios, el que llevamos en el corazón y nos lleva a ser.
Sin embargo, nos basta un gesto, una evocación o un sentimiento para encontrarnos con el Dios de nuestra vida… y así cada uno de nosotros. No deja de ser elocuente, cómo en nuestra sociedad nos “reprochamos” lo mal que hemos transmitido el amor de Dios. ¿Qué imagen hemos dejado en tantas generaciones educadas con nosotros, que no se han encontrado con la acogida y el perdón; la verdad y la fraternidad? Y ahí, en cuestión tan directa, estamos preguntándonos por las pequeñas cosas, por nuestro día a día… por la verdad de nuestra fe como creyentes y consagrados.
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