«LA VIDA CONSAGRADA CON ENTRAÑAS DE MISERICORDIA»

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tagleComienza la 45ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada

El Instituto de Vida Religiosa organiza su 45ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada bajo el título “La Vida Consagrada con entrañas de misericordia. Con el objetivo de profundizar en la relación entre misericordia y vida consagrada” En esta reflexión nos acompañarán entre otros, el Cardenal Luis Antonio Tagle, presidente de “Caritas Internationalis”, el prefecto de la CIVCSVA, Cardenal Joao Braz de Aviz, Mons. Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, el teológo francés, Jean-Claude Lavigne, OP, el director de “La Civiltà Cattolica”, P. Antonio Spadaro, SJ, etc..

Hablar de misericordia y de vida religiosa es casi una reiteración. No existe —no puede existir— la una sin la otra. La razón de ser de la vida religiosa no es otra que hacer presente y palpable la cercanía de un Dios que se interesa por la vida del ser humano, hace camino con él y acoge su debilidad. Los religiosos y religiosas desde sus orígenes y con la riqueza de sus carismas, han estado de una u otra manera volcados en ser solidarios con aquellos que tienen necesidad.

En el marco de la vida de la Iglesia tiene su lógica que tras un año dedicado a la vida consagrada, venga otro dedicado a la misericordia. Ambos tratan de subrayar los acentos más claros de Dios-Padre guiando la humanidad. En el corazón del Padre está la necesidad, el dolor y el clamor de aquel que vive la experiencia desoladora de la injusticia.

Es, por otro lado, una virtud muy unida a una experiencia de libertad y liberación. Misericordia reconoce el trato personal, lo particular, la existencia única e irrepetible que necesita también un trato único e irrepetible. Vivir la misericordia como guía de la pertenencia de la comunidad cristiana, evita la generalización y la propuesta en cadena de soluciones prefabricadas o industrializadas. La misericordia necesita rostro. Lo exige. Nos recuerda a un Dios, artesano, que cuida de manera preciosa la circunstancia particular y nueva que vive cada uno de sus hijos. Es una invitación expresa a hacer de la comunidad cristiana el lugar de encuentro de los diferentes, sin el menor sesgo o intención de la uniformidad porque, curiosamente, en el corazón de Dios cabe lo diverso, lo quiere y lo reconoce.