NACER DE NUEVO

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Gonzalo Fernández Sanz

Director de VR

Es difícil sustraerse a la tentación de las estadísticas. Según el Anuario Pontificio 2025 (los datos están actualizados al 31 de diciembre de 2023), somos en el mundo 766.990 religiosos y religiosas: 589.423 religiosas, 128.254 religiosos sacerdotes, 48.748 religiosos hermanos y 565 diáconos permanentes; o sea, 10.826 menos que el año anterior. Salvo en África y Asia, la tendencia global es a la baja, con una disminución anual de unos 10.000 efectivos. Hay comunidades e institutos enteros que desaparecerán en los próximos años. La aparición de nuevas fundaciones no compensa estas bajas.

Muchos consagrados viven este hecho con desasosiego. No es fácil la esperanza en tiempos de disminución y fragilidad. El Jubileo que termina nos ha invitado a ser “peregrinos de la esperanza” en esta coyuntura, pero, acostumbrados a relacionar fecundidad con fidelidad, tendemos a pensar que cuando la primera escasea quizá se deba a la debilidad de la segunda. Sin embargo, las cosas no son tan simples.

La liturgia del Adviento y la Navidad nos cura del narcisismo espiritual que a veces nos seduce. Los “sueños de Dios” se abren paso en circunstancias adversas. Dios se encarna en el territorio de la fragilidad hasta hacer de ella un lugar de revelación.

Necesitamos cambiar nuestra perspectiva. De lo contrario, en vez de vivir este tiempo con serenidad y esperanza como tiempo de Dios podemos abandonarnos a la tentación del desaliento y volvernos ciegos a los signos de su presencia.

¿Es posible “nacer de nuevo” cuando la ancianidad y la esterilidad vocacional son dos de nuestros rasgos dominantes? Desde el punto de vista humano, la respuesta se antoja negativa. Por eso, nos sumimos en la resignación o nos empeñamos en propuestas voluntaristas para mostrar que seguimos vivos.

Desde la Palabra de Dios, encontramos luz para iluminar esta coyuntura. Abrahán y Sara, Zacarías e Isabel son ancianos y estériles. No ven futuro a sus vidas. Piensan que con ellos puede terminar la historia. Pero Dios los sorprende con una promesa desconcertante. La iniciativa divina solo pide creer con humildad, agradecer los dones recibidos y en el caso de Abrahán y Sara salir de la propia tierra y ponerse en camino.

Simeón y Ana son dos ancianos que nunca han dejado de esperar, a pesar de los contratiempos. Por eso, reciben la gracia de ver al Salvador, “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Mientras los cálculos humanos predicen muerte, la Palabra de Dios habla de vida. Mientras nosotros hacemos estadísticas, Dios nos regala promesas. Estamos en el terreno indescifrable de la fe.

El diálogo entre Jesús y el anciano Nicodemo transcurre por vías semejantes. Lo que a los ojos de Nicodemo parece imposible (nacer de nuevo siendo viejos) es completamente posible para Jesús cuando los seres humanos nos dejamos renovar por el Espíritu y no confiamos solo en nuestras fuerzas.

Iluminados por la Palabra de Dios, los consagrados podemos cultivar una espiritualidad de la fe en el Dios que guía la historia, de la gratitud que canta sus dones en la trama de cada día y de la audacia que nos impulsa a salir de tierras conocidas, ponernos en camino y explorar las fronteras en las que Dios sigue revelándose.

No se trata, pues, de abandonarnos al fatalismo resignado, sino de disponernos a acoger la promesa de Dios en los tiempos y modos que Él quiera.

La vida consagrada es una escuela en la que se enseña y aprende el valor de la paciencia divina.

El Adviento nos enseña a esperar contra toda esperanza. La Navidad nos ayuda a celebrar que Dios ha plantado su tienda en el territorio de la fragilidad, a escrutar y agradecer todos los signos de su presencia en el mundo, a mantener encendida la lámpara de la alegría en medio de las preocupaciones y zozobras.

Con el Cristo que sigue naciendo en la historia, también nosotros podemos “nacer de nuevo” si nos dejamos guiar por el Espíritu. Ninguna estadística es óbice para creer, esperar y amar, que es cabalmente lo que da sentido a la vida.

No fuimos fundados para henchir la tierra, sino para consagrar nuestra vida a Dios. Él hará pascualmente fecunda nuestra entrega.