MÁS VIDA Y MENOS PALABRAS

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Una comunidad no es buena por definición, lo es por su visión. Estar juntos sin sentido, es una forma poco creativa de consumir días. Y quizá en cuestiones así de básicas es donde radica lo que, a mi modo de ver, padecemos como contagio ambiental. Transformar el lenguaje para cambiar la percepción del significado de los conceptos es una estrategia de manipulación antigua, y es la mejor garantía de que las cosas no cambien. El vínculo entre las palabras y la emoción es indudable: hay palabras que levantan y posibilitan y, otras, que postran y cierran. El problema está en la ambigüedad de su uso. El contagio ambiental actual son palabras fuertes, rimbombantes y aparentemente positivas… pero utilizadas bajo un manto alegórico que intenta hablar de vida, cuando en realidad cubre la muerte.

Llevamos muchos años en lo mismo y siendo los mismos. Y se nota. Necesitamos oxígeno y decimos buscarlo. En realidad, no lo queremos. En cuanto llega “lo nuevo”, sean ideas, personas o retos, instintivamente, como si de supervivencia se tratase, amortiguamos cualquier iniciativa innovadora con el silencio de la prudencia o el desprecio del aislamiento… Mejor seguir así.

Llevamos muchos años en el mismo sitio, haciendo las mismas cosas, con el mismo estilo. Usamos muy bien el lenguaje para decir que las cosas no pueden seguir así; sin embargo no solo seguimos, sino que reprochamos al entorno su evidente ruptura con nuestras propuestas desgastadas, por la sucesión de décadas sin sentido crítico.

Llevamos muchos años sabiendo que el signo es la fraternidad. Tenemos un lenguaje verdaderamente emocionante para describir “qué bien todos unidos”. Sin embargo, no sabemos poner humanidad en nuestras relaciones, verdad en nuestros propósitos y sinceridad en nuestro amor.

Llevamos años y años sabiendo que nuestra fuente es una. La verdad de la relación personal e íntima con Jesús, el Señor. Nuestro lenguaje es formal, bien construido, pero profundamente voluntarista. Se mueve en el “deber ser”, porque hablar de lo “que es” supone un riesgo que no podemos soportar.

Llevamos décadas hablando de un estilo nuevo de animación y liderazgo. Palabras como horizontalidad, escucha o diálogo, están presentes a borbotones en todos los documentos, artículos, asambleas y capítulos. Inundan las formas, pero no sé (o sí) si los encontramos tan presentes en la vida. Nunca como ahora hemos sido conscientes de la necesidad de compañeros y compañeras de camino (que eso es animar); nunca como ahora hemos caído en el protocolo, la distancia y la acepción de personas.

¿Cuánto tiempo llevamos en crisis vocacional? Años, décadas… ¿De qué crisis hablamos? ¿Únicamente de los que no vienen? Es indudable la constancia oracional de las personas y comunidades. Textos y textos pidiendo que vengan muchos, buenos y dóciles para seguir lo que hacemos… En el fondo, no sabe uno si no es una fórmula entretenida para sostener el que nada cambie. Porque cuando venir vienen, es notable la dificultad para entender otros modos, otro lenguaje, otra vida, otra búsqueda…

Llevamos menos años, pero también muchos, hablando de misión compartida. Es un término que nos gusta. Es maravilloso mientras sean los “nuestros”, piensen como nosotros y se dejen dirigir. El problema es que el sustantivo es la misión y a ella tenemos que estar atentos todos, es hacer juntos, pensar juntos, soñar juntos y abrir juntos… También cuestión de lenguaje y, sobre todo, de esperanza para reafirmar la vida.

En fin, que llevamos muchos años. Y creo que buena parte de los consagrados con esperanza. En silencio. Esperando a que el lenguaje amaine y se abra espacio la vida. Considero que, en buena medida, esta esperanza se sostiene en la conversión del liderazgo cuando entiende que no es cuestión de palabras sino de testimonio.

Hemos de reconocer que estos años intensos de renovación no acaban de renovar. Sospecho que es una acumulación de mensajes con poca vida. Recoge Ester Trujillo en su libro La sociedad que no quería ser anónima (2024) una máxima oriental interesante: «En las bandadas de pájaros, todos siguen a su líder por su forma de volar, no por la fuerza de su graznido». Quizá todo consista en más testimonio y menos protagonismo. Así de claro.