jueves, 19 septiembre, 2024

Comulgamos lo que hemos de ser

No es tiempo de ritos acostumbrados sino de evangelio por estrenar.

No es tiempo de presumir de lo que sabemos, de lo que somos, sino de aprender lo que hemos de ser.

Delante de nosotros va Jesús.

Pensábamos que con él íbamos a ocupar posiciones de poder en el mundo nuevo que estaba comenzando, y todo se nos vuelve extraño cuando le oímos decir: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”. Tan extraño era aquello, que se nos quedaron también sin sentido las otras palabras que añadió Jesús: “después de muerto, a los tres días resucitará”.

Y mientras él habla de lo suyo, de su muerte, nosotros hablamos de lo nuestro, de quién entre nosotros es el más importante.

No habíamos caído en la cuenta de que una Iglesia de “importantes”, una Iglesia de “primeros”, es un imposible: entre “importantes” es imposible la comunidad; entre “primeros” es imposible la comunión…

Pero hay un camino para ser importantes y primeros, y ser al mismo tiempo la Iglesia de Cristo, el cuerpo de Cristo, una comunidad en comunión, en la que todos somos uno: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Nos lo dice el que va delante de nosotros, aquel que, “con ser de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios”; nos lo dice el que “se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”; nos lo dice aquel que “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

La Iglesia es una comunión de últimos: de discípulos del último, de aprendices de Jesús, de siervos de todos… No hacemos comunión con el poder que oprime sino con el amor que sirve.

Pero el apóstol Santiago nos recuerda hoy que podemos traicionar esa comunión con Cristo Jesús: “envidias y rivalidades” son la evidencia de nuestra obsesión por ser “el más importante”; “envidias y rivalidades” son el seno donde se gestan “guerras y contiendas”. La comunidad a la que el apóstol se dirige, formada por creyentes a los que él llama “hermanos míos”, es una comunidad herida, de la que se dice: “codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada”.

Si no queremos ser una “no comunidad”, habremos de mantenernos siempre en la escuela de Jesús, en el camino de la cruz, en la búsqueda obstinada del último lugar, en el servicio humilde a todos los de casa.

Si no queremos ser una “no comunidad”, hemos de hacernos Iglesia, presencia real de Cristo Jesús en los caminos de los pobres, al lado de los enfermos, cerca de los necesitados de compasión y de ternura, cuerpo de Cristo Jesús sobre la mesa de la humanidad, a los pies de todos para lavárselos…

Dios nos llamó por medio del Evangelio” para que sea nuestra la cruz de Cristo Jesús, la entrega de Cristo Jesús, el amor de Cristo Jesús hasta el extremo, la pasión de Cristo Jesús por el reino de Dios, “para que sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo”.

Comulgamos lo que hemos de ser: últimos, siervos, Jesús…

 

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