«Nos sabemos hijas de la Resurrección y nuestro canto es Aleluya»

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Quien se entrega por completo al llagado y se deja doler por su llanto, corre el riesgo de no volver entero. Pero cuando se derrama la vida por amor, ni la ausencia, ni el tiempo, ni el dolor son nada. Porque, si hay fe, el abrazo no termina en dos miradas que se donan la piel; porque, a la intemperie, cuando el barro sagrado quema los pies de quien tiembla, solo quedan la fe, el corazón y el Cáliz por entero derramado.

Hermanas Agustinas del Monasterio de la Conversión

Carlos González García

PERIODISTA Y ESCRITOR

La vida late a borbotones en un rincón escondido de Sotillo de la Adrada, un municipio abulense ubicado en la comarca del valle del Tiétar. Allí, entre montañas de bruma y sol, plegarias almadas y miradas con nombre de Dios, habita el Monasterio de la Conversión, de las Hermanas Agustinas. Una comunidad que vive una clausura distinta y abierta al mundo, de la mano de los laicos, edificada bajo el velo de la compasión. Cuarenta hermanas de distintas edades, culturas, idiomas, profesiones, historias y contextos, prendidas a un solo corazón, el de Cristo: una pincelada de ternura que les permite acoger y salir a evangelizar, hasta aprender a ver a Dios en el rostro renacido del hermano.

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