En el lenguaje musical, para captar la melodía de una partitura, el músico ve las notas una a una, pero no aisladas, sino en cuanto todas configuran un conjunto dotado de sentido y de armonía.
En la partitura hay una clave que marca el tejido musical, y especifica la altura de la música que aparece detallada en el pentagrama. La altura es una cualidad dependiente de la frecuencia del sonido, que permite diferenciar entre un sonido grave y un sonido agudo. Ningún sonido es más o menos que otro, aunque su duración o frecuencia sea diferente.
En el lenguaje de la vida ocurre lo mismo, aunque para percibirlo hay que tener oídos para oír hasta los silencios. En el día a día, esto -que es tan sencillo en lo musical-, no terminamos de encarnarlo y muchas veces desafinamos. Me chirrían los oídos cuando oigo expresiones como: “yo soy más…que…”, aunque el apelativo sea tan bello como: creativo, soñador, fraterno, responsable, custodio del cosmos….Ningún comparativo crea comunidad y sin embargo seguimos apegados a ellos.
La experiencia nos dice que el ser humano adquiere conciencia de su yo, no aisladamente, sino al ser apelado por un tú, y sobre todo por el Tú divino, por eso la oración es básica para crecer en fraternidad. En verdad el hombre consiste esencialmente en diálogo, y como dijo Guardini, la vida espiritual se realiza esencialmente en el lenguaje, cuya melodía se escribe en clave de Amor, y en cuya partitura son necesarios hasta los silencios.
Por eso, aunque parezca inútil a los ojos de muchos, y parezca un desperdicio el tiempo invertido en la oración, yo sé por experiencia que es el ejercicio que armoniza toda la existencia, y permite la entrega asidua, que es un bien a proteger entre todos, que es lo que hace respirable la existencia de todo ser humano, porque nos devuelve el gusto por la vida cuando la rutina o la aceleración parecen ser la nota dominante.
Cuando nos encanta lo que estamos haciendo, y con toda verdad decimos: “me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”, es porque en nosotros hay un verdadero diálogo con lo real que traemos entre manos, con la verdad de nosotros mismos y con Dios como confidente.
Sí, la oración arraiga la esperanza en la experiencia de cada día, a través de todas las dificultades, no a pesar de ellas; ensancha el corazón para poder acoger las desesperanzas de todos como propias, y desde este tú a tú con lo real, indicar la fuente que sacia toda sed: Cristo Jesús y su costado que como una puerta está abierta de par en par a todos.