CRISTIANOS ASESINADOS

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1790

Dentro de la iglesia había un millar de fieles. Fuera, un fanático, probablemente un plagiado, esclavo de un grupo de poder y no discípulo de una comunidad creyente, había decidido sacrificar la vida de aquellos fieles a la mayor gloria de una ideología egoísta y criminal que, despreciando al hombre, desprecia a Dios.
Necesito recordar palabras antiguas como la fe que he recibido: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros… Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán… Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió… Os he hablado de esto para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de las sinagogas; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios”.

Puede que algunos endiosados piensen también que un cristiano menos represente una posibilidad más de futuro para la humanidad.
Nada tengo que pedir a los que matan, pues pertenecen a ese género de hombre que tiene ojos pero no ve, tiene oídos pero no oye, tiene corazón pero no sabe de amor. Así que mejor no perder mensaje ni tiempo.
Nada tengo que decir tampoco a los muertos, pues son sólo del Señor y de nuestros afectos.
Pero he de decir algo a la comunidad herida, hombres y mujeres que creen, sufren y son probados en su fe, no porque tema que vayan a dejar de creer, sino porque pueden caer en el infierno deshumanizado en que se mueven quienes los persiguen.
A la comunidad cristiana pido un canto de agradecimiento a nuestro Dios y Padre, por la fe que nos ha dado, y por la gracia de que tantos hermanos hayan dado testimonio de esa fe, no sólo con la vida, sino también con la muerte.
A ese canto siempre nuevo de la Iglesia madre de mártires, hemos de añadir la súplica siempre antigua por quienes nos persiguen y calumnian, y el amor siempre renovado por quienes nos injurian.
Y una advertencia hoy más que nunca necesaria para todos: no dejes que el crimen de los que profanan la gloria de Dios en el hombre sirva de coartada al arraigo en tu corazón de sentimientos contrarios a nadie. Que nadie quede fuera de tu misericordia.