Ese niño, del que vamos a celebrar el nacimiento, se llamará “Emmanuel”, “Dios con nosotros”. Y también le llamarán “Jesús”.
En él la fe verá el rostro de Dios.
“Dios con nosotros”: Dios entre nosotros, Dios de nuestra parte, Dios pequeño, Dios frágil, Dios necesitado, Dios último, Dios amenazado, Dios emigrante…
“Dios con nosotros”: Dios todo gracia, Dios hijo de la virginidad, Dios hijo de la misericordia, Dios hijo del amor, Dios hijo de Dios.
“Dios con nosotros”: La fe de una virgen lo concibió para todos; la fe de un esposo lo recibió para todos; y el cielo le puso un nombre que significa salvación para todos los que creen en él: Al que es “Dios con nosotros” el cielo le llamó “Jesús”.
“Jesús” es nombre regalado por Dios a la esperanza de los que mendigan sentados a la vera del camino: “Había un ciego a la vera del camino… Le explicaron: «Está pasando Jesús el Nazareno”…Y aquel ciego se puso a gritar como loco: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”… “Jesús se paró y mandó que se lo trajeran”. Ahora ya no hacía falta que el ciego gritase, sólo faltaba que la fe susurrase la necesidad: “Señor, que vea otra vez”, y que el necesitado escuchase la palabra de Jesús: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.
“Jesús” es nombre que, pronunciado desde la fe, dice súplica, dice esperanza, dice bendición, dice abrazo.
“Jesús” es nombre de evangelio para los pobres.
“Jesús” es nombre al que se acogen los crucificados que buscan asilo en el corazón de Dios: “Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey”.
“Jesús” es también nombre que al “Emmanuel” le dan los que lo crucifican: “Éste es Jesús, el Rey de los judíos”.
A ti, Iglesia de hombres y mujeres salvados, Iglesia de crucificados acogidos en el abrazo de Dios, se te concede esperar con fe y celebrar con gozo el nacimiento de tu salvador, el nacimiento de tu Jesús. Es el nacimiento de tu salvación. Es el nacimiento del que será tu eucaristía. De alguna manera, es tu propio nacimiento, pues de ti se dice con verdad que eres “el cuerpo de Cristo”. Fue él quien se identificó contigo, cuando se manifestó a tu perseguidor, diciéndole: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”.
También a ti, Iglesia cuerpo de Cristo, se te ha concedido ser sacramento de salvación, signo de unidad, mensajera del reino de Dios, evangelio para los pobres: a ti se te ha concedido ser Jesús.
Y no olvides la cara más desconcertante de este misterio: también los pobres son salvación para ti; también ellos son evangelio para ti; también ellos son Jesús para ti; también ellos son Dios contigo, “Dios con nosotros”.
Lo sé que es una locura. Pero tú sabes también que es verdad: Dios se nos hace cercano, familiar, en Jesús, en la Iglesia, en los pobres.
Hoy los ojos de la fe se fijan con admiración, esperanza, agradecimiento y amor en María, Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, Madre de los pobres.
Sin la fe, no habría aquel Hijo para aquella Madre, no habría aquella Madre para aquel Hijo. Sin la fe, Jesús no sería la cabeza de la Iglesia, y la Iglesia no sería el cuerpo de Cristo Jesús. Sin la fe, Jesús no sería salvación para los pobres, ni evangelio, ni camino, ni verdad, ni vida. Sin la fe no hay Jesús. Sin la fe no hay Navidad.
Hoy nos fijamos en María, y aprendemos a creer.
Feliz domingo.