El libro del Qohelet, que es oportuno leer de vez en cuando, [o Eclesiastés], nos recuerda en qué tiempo estamos: este es el tiempo oportuno. Y lo es porque es el tiempo para la Esperanza, alejando de nosotros el resquemor que produce la añoranza. Este es el tiempo para dar gracias, sin olvidarnos pedir a Padre Dios, cada día, que nos refresque la memoria agradecida de tanto vivido: gozoso y doloroso. Este en el que estamos es el tiempo de la Promesa, que se renueva cada día, sin estancarnos en infidelidades del pasado. Es el tiempo extraordinario, porque es único y lo convierte en especial cada acto de amor y oración cotidiano y ordinario.
Este es el tiempo de Dios, como todos los tiempos. Es el tiempo del compromiso. Es el tiempo de la llamada vocacional. Es tiempo de decir sí, sí; y no, no. Es tiempo de fidelidad, de generar entusiasmo, historias, cantos, poesía. Es tiempo para dar un paso adelante, para la cogida, para la fraternidad, para caminar, para ir al encuentro del amigo y del desconocido, al que reconoceré como hermano. Es el tiempo de la entrega y de cumplir aquello que somos y para lo que fuimos llamados. Es el tiempo del silencio, que lo convierte todo en auténtico; y de la palabra, que lo referencia todo al Maestro, a Dios.
No envejezcamos pensado en el tiempo pasado, ni nos sentemos a ver venir el tiempo futuro. Hoy es nuestro tiempo. Hoy nos da Dios todo lo que necesitamos.
¡Feliz tiempo presente!