Una de las actividades veraniegas que se hacían en mi noviciado, allá por los años 60, consistía en acarrear colchones a la terraza, sacarles la lana para airearla, varearla con unas palmetas de mimbre y deshacer los montones que se habían ido apelmazando. La operación, realizada alegremente a pleno sol de agosto, concluía volviendo a meter la lana, cosiendo la abertura y devolviendo el colchón mullido y esponjoso al somier de cada celda.
Esta costumbre puede parecerles del pleistoceno a los menores de 70 años pero, aunque esté obsoleta, puede ser la imagen de un trabajo que creo están necesitando nuestros voluntariados.
Una de las secuelas de la pandemia en la VC es que el frenazo de actividad que llevamos viviendo hace ya año y pico está teniendo consecuencias desproporcionadas en el humor de más de uno/a: “desde que no puedo ir a YYY, estoy fatal”; “desde que X sale menos, está inaguantable”.
Teniendo esto en cuenta, quizá nos venga bien que les dé el aire a las “lanas” que sostienen nuestra actividad por si se han formado grumos, bolas y mazacotes que necesitan ser sacudidos y esponjados recordando que: cualquier actividad de voluntariado nace de la llamada a participar en la corriente poderosa del amor del Señor Resucitado y es Él quien nos impulsa a ponernos a los pies de quienes necesitan de nuestro cariño y nuestro servicio. Es decir que no lo hacemos para estar entretenidos, ni para sentirnos útiles, ni como pretexto para tomar las de Villadiego (esté donde esté Villadiego…) lejos de las turbulencias de la vida comunitaria.
Todo esto que tenemos teóricamente superclaro, conviene volver a recordarlo cuando hemos tenido que suspenderlos total o parcialmente sin saber cuándo podremos reemprenderlos. Pero si hay algo evidente es que el Señor aprovecha cualquier rendija o grieta de nuestra vida para continuar con nosotros su peculiar tarea de voluntariado: conducirnos de nuevo a la fuente de la que nace nuestro deseo de servicio, reanimar nuestros vínculos con las personas a las que queremos ayudar, hacernos comprender que, durante este tiempo, podemos hacerlo llevando sus rostros en el corazón y orando por ellos y con ellos.
Quizá nos empuje a saber más acerca de esos colectivos (migrantes, mujeres, ancianos, enfermos, personas con dependencias…) conocer más sus situaciones y mejorar nuestro acercamiento a sus vidas. Y posiblemente el Espíritu –siempre al quite para espabilarnos en cada situación–, nos descubra algunos voluntariados de proximidad que podemos seguir ejercitando: preguntar a sor Paula que tiene problemas de visión si quiere que le leamos en alto; sentarnos sin prisa junto a fray Leonardo para escuchar sus historias de cuando estuvo en África; llamar por teléfono a personas que sabemos están solas para que noten cariño y cercanía… Y rematar la tarea siguiendo en youTube algunas rutinas de estiramientos que ayudan muchísimo a ponerse en forma y descargar energía.
Quien se anime con esto va a quedar mullido y esponjoso como un colchón renovado.