EL TAPIZ DE LA VIDA

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Siempre me gustó el paralelismo de la vida con un tapiz. La parte estética es maravillosa, llena de dibujos y belleza. El revés, por el contrario, es un mundo de nudos que carecen de belleza. Sin embargo, sin esos nudos, sería imposible el dibujo impecable del tapiz. Llegar a comprender que en la vida en general y en la propia existencia la belleza y los «nudos» se necesitan es la clave de la serenidad y, en consecuencia, de la felicidad. Es la clave de la madurez.

En nuestro confuso presente, en donde casi todo está cuestionado, me parece conveniente volver al paralelismo del tapiz. Uno ve lo que quiere ver y hay quien solo ve nudos, con lo cual jamás disfruta de la belleza de la pluralidad y la diferencia. Vivimos tiempos de guerra y, saturados como estamos de dolor, sería todavía más cruel quedarnos envueltos en la sed de venganza y no reparar en los millones de personas que están convirtiendo su presente en solidaridad, conmoción, oración, llanto y consuelo. Todo en la vida tiene esa doble lectura posible que, a mi modo de ver, es necesaria para el equilibrio, la visión y el progreso.

Si la mirada la volcamos sobre la Iglesia, sin duda alguna hay una vista agradable sobre la misma y también hay un revés. Sigue siendo difícil ver el dibujo de la sinodalidad y sencillez en determinados gestos jerárquicos dentro de la comunidad. Siguen abundando más las palabras vacías, que son nudos, que los dibujos maravillosos –o acciones– que evocan Reino en los que no sobra nadie, son integradores y justos y evidencian comunión. Pero los hay. Hay laicos, pastores, presbíteros y consagrados con conciencia de Pueblo de Dios. No hacen tanto ruido. Son de menos fotos, publicidad y congresos… pero dibujan el trazo perfecto del tapiz con un compromiso diario y eficaz al lado de las lágrimas y esperanzas de sus conciudadanos.

En estos tiempos de foco sobre un pecado gravísimo de quienes sirviéndose de Dios abusaron de los más débiles, sería cruel reducir toda la Iglesia y toda la vida consagrada a abusadora; todos los gestos de evangelio y amor donados, a corrupción; toda su verdad a una inmensa mentira. Sería tan falso como llegar a pensar que en un tapiz solo hay revés.

Hay unas religiosas donde suelo celebrar la Eucaristía que en su ideal de misión tienen el reto de ser aliento para las más débiles. Son la palabra amiga que toda mujer desplazada puede encontrar cuando llega buscando porvenir a una ciudad que le resulta extraña e inmensa; a veces difícil e insolidaria. Estas hermanas hace muchos años acogieron a Socorrito que cuando solo era una niña vivió todo lo más grave que un ser humano puede llegar a soportar… Socorrito siempre ha sido una más. Con su mente de niña normalizaba las conversaciones cuando se ponían excesivamente graves; con su inocencia enseñaba a llamar las cosas por su nombre y con su alegría por lo pequeño, recordaba constantemente que en la vida todo es gracia. Esta mañana nos sorprendió. Se nos ha ido al cielo. Llevaba un tiempo mal y, por fin, descansó. Vi a sus hermanas religiosas, porque son sus hermanas, conmovidas, conmocionadas, emocionadas y tristes. Exactamente igual que cuando pierdes a alguien que quieres. Nos costó mantener el tono de voz en la eucaristía de todos los días. Por supuesto dimos gracias por Socorrito, porque su vida es y ha sido muestra palpable de que a Dios le gusta lo sencillo, lo pequeño… ha sido el amor regalado a sus hermanas durante tantos años.

La noticia de la muerte de Socorrito seguro que se queda en el círculo de su congregación-familia de Trinitarias. No saldrá en la prensa. Ni será noticia el amor que calladamente vive y celebra la vida consagrada. Siempre, en torno a las congregaciones, el Señor ha gustado convocar a sus preferidos, a los inocentes, a aquellos débiles que las sociedades fuertes relegan. Hoy, Socorrito llegó al cielo. Como ella, tantos y tantos en el mundo se han sentido –y se sienten–queridos y valorados gracias a los consagrados. Y esto muestra dos cosas no siempre conocidas: Una, que lo mejor de la vida consagrada no suele contarse y, dos, que los consagrados sabemos querer y no tenemos el corazón vacío, porque es la raíz de nuestra opción. Necesitaba decirlo.