LA PRETENSIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS

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El mensaje de Jesús en el Sermón del Monte, las conocidas como Bienaventuranzas, bien en la versión según Marcos o según Lucas, suponen un profundo acto de fe en el mismo Jesús. ¡Cuántas veces las hemos interpretado mal arrojándolas al bagaje de felicidad de la otra vida, al «cielo», robándoles sus entrañas, es decir, extra-ñándolas y soslayando lo que tienen de «entrañable»! Así, reservándolas para la otra vida, nos ahorrábamos lo arduo -y, a la vez, lo grandioso- que conlleva su cumplimiento, o mejor, la experiencia de vivirlas, o al menos, de intentar vivirlas.

Las bienaventuranzas son un programa de vida, una manera de situarse y arrostrar la vida en todos sus pliegues y meandros. Un programa de vida antropológico, abarcador, que atañe a la política, a la psicología, a la economía, y por supuesto, a la fe. No es un «discurso» exclusivamente teológico: lo supera con pretensiones que afectan a toda la vida, personal y social. Pero son «complejas», hay que entenderlas, «des-entrañarlas». Nadie hoy, posiblemente, podría cumplirlas sin ahondar en ellas, intentando aplicarlas «al pie de la letra». Porque Jesús no nos propone ser ascetas rigoristas que vivamos en la miseria, ni sumisos espectadores ante la violencia o las guerras, ni exalta una especie de ayuno constante en solidaridad con quienes materialmente no tienen un mendrugo que echarse a la boca. Jesús detestaba la miseria, las carencias de aquello que es imprescindible para vivir con dignidad, la violencia como solución a los problemas; valoraba las lágrimas como expresión justa y humana del dolor o el sufrimiento. No son un código sadomasoquista que justifique la pobreza injusta o que exalte un pacifismo de sumisión y complacencia pasiva ante las enormes diferencias de todo tipo entre los seres humanos: hoy, ayer y siempre. No «sitúa» la felicidad en una especie de anodina y nebulosa existencia que lo soporta y hasta lo legitima todo y no se compromete con nada. Las bienaventuranzas son contraculturales porque son utópicas en el sentido más hondo del concepto: van más allá de presuntas soluciones inmanentes para dar un salto cualitativo al absoluto del amor de Dios.  Se contraponen a soluciones parciales, o excluyentes, o efímeras, o interesadas… a proyectos políticos o sociales que no busquen soluciones raigales y de calado. Por eso «chocan» con tantas agendas que esgrimen los poderosos y los avariciosos, los que pretenden ser los dueños del mundo y de sus gentes manipulándoles con soflamas de falso bienestar y libertades absolutas. «Ay de vosotros, los ricos…» Las bienaventuranzas no tienen fecha de caducidad, no se pronunciaron para un tiempo o una geografía determinadas. En definitiva son un «espíritu… el espíritu de las bienaventuranzas».

Se ha escrito mucho sobre ellas, como «carta magna» del cristianismo, como único e imperecedero «programa de vida» evangélico, en el pensar y en el actuar. Son tan ricas, tan novedosas, incluso tan «escandalosas», que es casi imposible des-entrañarlas, buscar su entraña más entrañable. Pero los cristianos estamos urgidos a ello: a hundirnos en su riqueza y sobre todo, a intentar vivir en ellas y desde ellas.