Sin embargo, cambiar es arriesgar. Salir del guion. Respirar la frescura de la vida como viene, para que las actitudes puedan ser nuevas y llenen de vida la vida.
Luis Aranguren en su Tiempo emergente recoge el rito comunitario en Japón tras la II Guerra Mundial. Aquel mediante el cual a los soldados que habían servido fielmente a la guerra se les decía solemnemente que había llegado el momento de dejar el combate, para volver a la vida. Se denominaba licenciar al soldado leal y consistía en una exhortación para que volviesen a ser ciudadanos. La existencia del rito nos dice que no es tan sencilla esa «vuelta a la vida», convivir sin luchar, amar sin dominar o reír sin triunfar.
Quizá para lograr el ansiado cambio tengamos que licenciar al soldado leal que llevamos dentro y que nos ha convertido en solitarios que se conforman hablando de comunión. No acabamos de lograr niveles satisfactorios de convivencia y humanización porque guardamos mucha competitividad interior: Necesitamos triunfar, ser reconocidos y valorados, ser fuertes y no defraudar… y la consecuencia es la convivencia medida, el amor tasado y la vida a medias…
Sigo creyendo que en cada persona reside la búsqueda limpia de la vida. La necesidad de agradecer la incertidumbre de vivir y de acercarse a aquello y a aquellos que sean, para él o ella, fuente de vida. Necesitamos crear espacios para hacerlo posible. Lugares no contaminados donde el único propósito sea agradecer y agradecernos; reconocer y reconocernos. La clave es que aparezcan personas capaces de arriesgar y que pronuncien palabras que viven. Que hablen de amor porque tienen cicatrices de compromiso en el corazón; que hablen de compartir porque son felices en cada instante y en cada encuentro; que hablen de fiesta porque estar a su lado provoca en todos agradecimiento por la propia vida; que hablen de comunidad porque tienen un corazón hogar donde las diferencias son celebradas; que hablen de pobres, porque hablan de sí mismos que necesitan ayuda, que hablen de fe porque no tienen nada, no calculan nada y lo esperan todo.
Es curioso, porque esa clave no es desconocida para ninguno de nosotros, sin embargo son pocos los que, de una vez, se arriesgan a cambiar, a superar el «soldado leal» de la apariencia, el prestigio o la excelencia. La paradoja es que si somos discípulos del que dio la vida por amor, ¿cómo llegamos a tranquilizarnos hablando del amor sin dar la vida?