CAMBIAR ES ARRIESGAR

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No somos pocos los que hablamos de actualidad y el incierto porvenir pero lo hacemos desde la seguridad. Es uno de los peajes de nuestro tiempo. Hay que hablar de cambio aunque no esté en nuestro propósito. El caso es que el relato resulte atractivo y conmovedor. No escucharemos jamás a ningún político que ante la corrupción afirme: «voy a seguir con lo de siempre», aunque de facto termine cayendo en las mismas artes que criticaba antes de tener responsabilidad. Los personajes tenidos como influencers inundan las redes con mensajes que alcanzan notoriedad justamente porque suenan a nuevo, solidario y transformador… aunque muchos de ellos no se muevan un centímetro de un único fin que no es otro que el éxito personal. Nos ocurre también a los cristianos, a la vida de la Iglesia, a los consagrados… el caso es que el mensaje «suene a nuevo», aunque todo se quede en sonido.

Sin embargo, cambiar es arriesgar. Salir del guion. Respirar la frescura de la vida como viene, para que las actitudes puedan ser nuevas y llenen de vida la vida.

Luis Aranguren en su Tiempo emergente recoge el rito comunitario en Japón tras la II Guerra Mundial. Aquel mediante el cual a los soldados que habían servido fielmente a la guerra se les decía solemnemente que había llegado el momento de dejar el combate, para volver a la vida. Se denominaba licenciar al soldado leal y consistía en una exhortación para que volviesen a ser ciudadanos. La existencia del rito nos dice que no es tan sencilla esa «vuelta a la vida», convivir sin luchar, amar sin dominar o reír sin triunfar.

Quizá para lograr el ansiado cambio tengamos que licenciar al soldado leal que llevamos dentro y que nos ha convertido en solitarios que se conforman hablando de comunión.  No acabamos de lograr niveles satisfactorios de convivencia y humanización porque guardamos mucha competitividad interior: Necesitamos triunfar, ser reconocidos y valorados, ser fuertes y no defraudar… y la consecuencia es la convivencia medida, el amor tasado y la vida a medias…

Sigo creyendo que en cada persona reside la búsqueda limpia de la vida. La necesidad de agradecer la incertidumbre de vivir y de acercarse a aquello y a aquellos que sean, para él o ella, fuente de vida. Necesitamos crear espacios para hacerlo posible. Lugares no contaminados donde el único propósito sea agradecer y agradecernos; reconocer y reconocernos. La clave es que aparezcan personas capaces de arriesgar y que pronuncien palabras que viven. Que hablen de amor porque tienen cicatrices de compromiso en el corazón; que hablen de compartir porque son felices en cada instante y en cada encuentro; que hablen de fiesta porque estar a su lado provoca en todos agradecimiento por la propia vida; que hablen de comunidad porque tienen un corazón hogar donde las diferencias son celebradas; que hablen de pobres, porque hablan de sí mismos que necesitan ayuda, que hablen de fe porque no tienen nada, no calculan nada y lo esperan todo.

Es curioso, porque esa clave no es desconocida para ninguno de nosotros, sin embargo son pocos los que, de una vez, se arriesgan a cambiar, a superar el «soldado leal» de la apariencia, el prestigio o la excelencia. La paradoja es que si somos discípulos del que dio la vida por amor, ¿cómo llegamos a tranquilizarnos hablando del amor sin dar la vida?