CONTRASEÑAS, ESA PESADILLA

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“La contraseña que has introducido es incorrecta”, “¿Te has olvidado de la contraseña?”, “Repite la contraseña”,  “La contraseña tiene que contener algún número y alguna mayúscula”,  “No coinciden las contraseñas”, “Contraseña débil”. “Cambia tu contraseña”.

Casi cada día nos llega algún aviso de ese tipo y es que las contraseñas se han convertido en una de las penitencias de este tiempo, con  funciones parecidas al cilicio y los ayunos de antes. Cumplen su encargo penitencial de recordarnos qué poca cosa somos y ponen en evidencia nuestra falta de memoria, o de imaginación, o nuestra torpeza informática (“Ni idea de la contraseña que puse”, “¿Dónde la habré apuntado?”, “No se me ocurre ninguna”, “¿Por qué demonios tengo que volver a cambiarla…?”).

Un dato a su favor es que están presentes en el Evangelio: en la nochebuena de Belén el ángel les dio una a los pastores: “un niño envuelto en pañales” y Judas había pactado la del beso con los que querían detener a Jesús en el Huerto. Otras son más siniestras: la que dio comienzo a la segunda guerra mundial fue: “La abuela ha muerto”,  y con “El 17 a las 17”  empezó la guerra civil española.

Como nos recomiendan que de vez en cuando cambiemos las contraseñas,  Enero puede ser un mes oportuno para hacerlo porque quizá algunas están caducadas aunque nos empeñemos tercamente en repetirlas. A la gente de mi generación nos daban unas cuantas muy claritas al entrar en la vida consagrada y nos agarrábamos a ellas con fervor de novicios: “obediencia a la campana”, “respeto a la Maestra”, “clausura y separación”, “observancia  de la Regla”, “pedir permiso”,  “recogimiento y silencio”…  El Concilio nos las “hackeó” y tuvimos que cambiarlas precipitadamente, tratando de sobrevivir al caos. Con tiempo, paciencia, búsqueda, buena voluntad,  tropezones y  aciertos, hemos ido escribiendo otras nuevas: “escuchar y discernir”, “caminar con otros”, “entrar en procesos”, “vivir desde dentro”  “recrear vida”, “resistir y reinventar”, “vivir lo cotidiano”… Francisco en Fratelli tutti nos propone algunas preciosas: “construir en común”, “recuperar la amabilidad”, “recomenzar desde la verdad”, “reconocer al otro”, “encarnarse en todos los rincones”, “lugar para los descartados”, “artesanos de la paz…”.

De todas maneras  reconozco que a estas alturas de mi vida estoy ya un poco cansada de tanta exhortación y tanta consigna y he decidido apuntarme, con traducción personalizada, a lo que decía  Pedro en el comienzo de Hechos: “Jesús es la contraseña  que vosotros olvidasteis: ahora es ya la única. La salvación está solamente ahí y ya no tenemos otra contraseña diferente que debamos pronunciar para salvarnos” (He 4,11-12).

Añado: incluyendo el número 1 y todo con MAYÚSCULAS.