¡SI CREEMOS EN EL PORVENIR DE DIOS… OTRO MUNDO SURGIRÁ!

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“¿Es realmente posible aquello en lo que creemos? ¡La liturgia de este domingo
–penúltimo del año– nos invita a soñar el porvenir que nos espera, porque depende del Espíritu de Dios y del Hijo del Hombre, Jesús! Dios ¡está a favor nuestro! Las lecturas bíblicas nos piden que pasemos de la lamentación y los oscuros pronósticos al anuncio de aquello que nos es concedido y, por tanto, ¡es posible!

Encender los motores de la confianza… Algo muy grande se acerca…

Las lecturas primera y tercera nos conectan con nuestra tradición apocalíptica; nos encienden los motores apocalípticos de nuestra espiritualidad; algo importante debe sucedernos; no debemos salir de la celebración insensibles, paralizados y sin utopía. ¿Podremos celebrar ya la venida, la Parusía, del Hijo del Hombre?

Nosotros sabemos que el gran protagonista del cambio necesario y urgente no es un ser humano prometéico, autosuficiente, orgulloso de sus posibilidades.  La experiencia nos dice que no. Ahí está nuestra maldita capacidad de construir y derribar lo que construimos. Llevamos la contradicción metida en todas nuestras realizaciones. Por eso, es necesario que venga el Hijo del Hombre para que otro mundo sea realidad.

La venida del Hijo del hombre convulsiona la naturaleza, pone en peligro los sistemas deteriorados, restablece la justicia, amenaza todo tipo de corrupción, de mentira, de esclavitud, restaura la Alianza de todas las alianzas. La aparición del Hijo del Hombre es como la llegada del ejército liberador, como la inauguración de la democracia después de una dictadura, como la llegada de los Novios en la gran Fiesta, como la celebración del premio después del combate, como la sentencia absolutoria después del juicio, como el título después de la carrera, como la resurrección después de la muerte.

La imagen del “Hijo del Hombre”

Jesús se identificó con esta imagen bíblica, elaborada por el magnífico y sabio profeta Daniel. Así llamada Daniel al Mesías, a ese personaje que traería a la tierra la salvación querida por Dios, después de una sucesión de reinados bestiales, a cual peor que el otro. Nos dice Daniel que el Anciano de Días, nuestro Dios, destruyó todos los imperios de mal y los arrojó al mar. Entonces hizo aparecer al “Hijo del Hombre”. Le concedió todo el poder para instaurar una “reinado humano”, justo, liberador. Ese Hijo del hombre podía ser una persona, o una colectividad.

Jesús asumió esa imagen para identificarse ante nosotros. La prefirió a la otra imagen de “hijo de David”. La perfiló con toques especiales haciéndola todavía más humana, más compasiva, más nuestra, más universal: “el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, “es señor del sábado”, “tiene que sufrir mucho, será condenado, entregado a la muerte, pero resucitará”, “si no coméis su carne y bebéis su sangre… no tendréis vida en vosotros”, “lo veréis venir en las nubes del cielo”.

¡Vigilancia… nuestro Dios nos sorprenderá!

Son admirables esos grupos que proclaman que “otro mundo es posible” y lo defienden y actúan para que así sea. Otras versiones de esta pasión que se va encendiendo en nuestra sociedad son: “la paz es posible”, “otra democracia es posible”, “otra iglesia es posible”. Y, como colofón, el otro slogan; ¡contigo es posible!

Necesitamos urgentemente que surjan entre nosotros personas que sueñen. No podemos dejarnos llevar por el mero realismo que priva a nuestro trabajo de su poesía, de su mística. No es lo mismo trabajar para ganar un salario que contribuir a la realización de un gran proyecto.

“Nada es imposible para Dios” le dijo el ángel Gabriel a la joven María, poco después de que Zacarías no diera crédito a sus palabras. “Todo es posible para el que cree” decía Jesús a sus discípulos, poco antes de morir, cuando se admiraban ante la maldición de la higuera. Pero si todo es posible, lo es ¡porque desde las nubes del cielo viene el Hijo del Hombre con sus ángeles!

La Iglesia debe ser cómo la vigía que anuncia la llegada del Hijo del Hombre. Necesita el rostro luminoso e iluminado de su fe certera. La convicción nos debe movilizar para colaborar en reconstruir la esperanza. Comuniquémonos unos a otros por dónde está haciéndose presente el Hijo del Hombre. Entremos en comunión con Él y perdamos los miedos… porque hay resurrección cierta, porque la justicia llega y las posibilidades se nos ofrecen a cada paso.

Soñando lo imposible, se llega a lo imprevisible.