VERDAD QUE SERÍA ESTUPENDO…

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Que el clima de sinodalidad nos despierte y nos devuelva aquella libertad que parece perdida. Que nos reconcilie con una vocación subversiva que solo es gratuidad, creatividad, totalidad y fraternidad.

Verdad que sería estupendo que a la pregunta de por qué no hay vocaciones, respondiésemos dándonos calidad de vida a quien estamos. Sería verdaderamente estupendo que deseemos encontrarnos, escucharnos y querernos. Y lo sería más todavía si lo que hacemos, lo que llamamos misión, fuese expresión de lo agradecidos que estamos al propio don recibido.

Sería estupendo que supiésemos envejecer y nos cuidásemos; que supiésemos ceder el testigo y disfrutásemos con ello. Sería la manifestación más clara de que buscamos el Reino y no nuestros reinos.

Sería estupendo que la propuesta sinodal de escucha, acogida y discernimiento se manifieste en actitudes que se vean y no se pierdan en textos que nos entretengan una vez más. Sería estupendo que cuando hablemos de caminos comunes, los practiquemos celebrando lo diferentes que nos quiere Dios; que no tuviésemos miedo a la novedad, que cediésemos el poder, que nos turnemos en los cargos, porque sería verdaderamente estupendo que, de una buena vez, los entendamos como servicio y no como pequeños triunfos de corazones sin desarrollar.

¿Verdad que sería estupendo que solucionásemos la ruptura que se da entre vida consagrada y amor? Sería estupendo que abracemos nuestra humanidad, dialoguemos con ella, aprendamos a celebrar lo que celebra la gente sencilla y también a sufrir con lo que sufre la gente sencilla. Sería estupendo aprender a esperar y caminar. Salir de donde estamos y cerrar la puerta para no estar constantemente volviendo. Sería estupendo que la renovación se haga mirando hacia el horizonte y no mirando de reojo al ayer. Sería estupendo que la vida consagrada esté habitada por quien Dios quiere que esté: probablemente pocos, débiles, ancianos…pero que experimentan amor y no obligación. Personas que estén siendo protagonistas con el Espíritu de su propia historia, y no solo participando de una historia ya escrita y, tantas veces, acabada.

¿Verdad que sería estupendo que las palabras dichas y pensadas en las capillas respondiesen a actitudes buscadas y cuidadas en la calle, el pasillo, la habitación y la individualidad? Sería estupendo que la conversión sinodal nos inspire para poder dar gracias por ser depositarios de carismas tan ricos y manifestados de maneras tan sorprendentemente distintas. Quizá hasta volveríamos a emocionarnos con el relato vocacional del hermano que no aceptamos, o la hermana con la cual nunca contamos. Quizá, y sería estupendo, lleguemos a celebrar que estar unidos es mucho más que reducir la vida consagrada a camarillas de amigos o amigas… porque la vida consagrada, comprometida con el amor, nos conduce a una aceptación sagrada del otro y de la otra que trastoca toda acepción.

Sería estupendo que aprendamos a ser sinodales en nuestras formas, que no temamos las discrepancias, no aislemos a las minorías, no dividamos todo entre desinterés y unanimidad. Sería estupendo que participemos disfrutando y no sufriendo en asambleas, encuentros, capítulos… porque apuntan a la novedad, al Espíritu, y no al miedo.

¿Verdad que sería estupendo que el agradecimiento que decimos sentir fuese evidente? ¿Qué la fraternidad que decimos vivir fuese escandalosa? ¿Qué la caridad que decimos disfrutar fuese contagiosa? ¿Verdad que sería estupendo que la vida consagrada fuese evidentemente feliz sin necesidad de argumentarlo con citas?

Sería estupendo.