¿QUÉ HACER PARA SER FELIZ?

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En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Así comienza el evangelio de este próximo domingo. Me gustaría notar varias cosas sobre este comienzo, que normalmente no se notan. Dice el texto que se le acercó “uno”. Con este dato no nos hemos enterado ni de su edad ni de su sexo. Este uno puede ser cualquiera de nosotros, de cualquier edad. Según el contexto, este “uno” probablemente debía tener sus años, porque se trata de un rico. Y entonces, más que ahora, las riquezas no estaban en manos de los jóvenes.

La segunda cosa que me gustaría aclarar se refiere a la pregunta del personaje. La pregunta no es: ¿qué tengo que hacer para ir al cielo? Más bien, lo que el personaje pregunta es qué tengo que hacer para ser feliz, cómo podría participar de algún modo de la vida del Eterno, del eternamente feliz y dichoso. En el fondo, esta es la pregunta que todos nos hacemos, seamos o no creyentes. Lo que todos buscamos es ser felices.

La respuesta de Jesús tiene varios momentos. Comienza por recordar lo más básico y esencial: cumple los mandamientos, o sea, sé una persona honrada, decente, respeta a los demás. El personaje que se acerca a Jesús ha sido durante toda su vida una “buena persona”, una persona rica en valores morales. Pero esto no basta para ser feliz. Uno puede no robar y no mentir y no por eso ser feliz. Los derechos humanos (no robar y no mentir) son imprescindibles para ser feliz, para tener una conciencia tranquila, pero no son suficientes. La felicidad va más allá de este terreno de mínimos. Se puede no robar y no amar ni sentirse amado.

Una vez que ha quedado claro eso de los mandamientos, la respuesta de Jesús da otro paso decisivo. El paso tiene dos partes. Los predicadores, a veces, se quedan solo en la primera parte: vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Esto tampoco es suficiente para ser feliz, pero es un paso que hay que dar. No se trata de una llamada a vivir miserablemente. Se trata de una llamada a compartir. Tú tienes, otros no tienen. Lo que tú tienes no es sólo tuyo. Por eso se te invita a compartir. Si eres capaz de compartir vas a demostrarte a ti mismo dónde están tus verdaderos intereses: ¿en el dinero o en el prójimo?

El compartir tampoco es suficiente, pero prepara para el paso decisivo: sígueme a mi. O sea, vente conmigo, entra en la escuela de Jesús, confía en él, dale tu corazón. Con lo del dinero te piden lo que tienes. Con el “sígueme a mí” te piden lo que eres, te piden la vida. Entrega tu vida a Jesús, entrega tu vida a los demás, ama, y serás feliz. Porque el que entrega la vida no la pierde, la gana. El que entrega dinero se queda sin lo entregado. El que entrega la vida nunca se queda sin ella. La vida entregada se multiplica. He aquí el secreto de la verdadera felicidad. Si la vida la entregas a Dios, entonces has encontrado un amor eterno, un amor sin fin, un amor que te llena totalmente.