“En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”

0
1690

Si digo riqueza, entiendo la piedra más preciosa, el oro aunque fuese todo el oro del mundo, la plata, también la salud y la belleza.

Si digo sabiduría, ya no hablo de cosas que pueda poseer sino de algo que sólo puedo recibir.

Esa sabiduría viene de Dios, es de Dios, es gracia.

La llamamos sabiduría, pero la podemos llamar también bondad, también compasión, también misericordia.

Con esa sabiduría aprendemos a hacer las cosas al modo de Dios, a ver las cosas desde la mirada Dios, a conocer con la luz de Dios.

La sabiduría que viene de Dios se nos hizo palabra velada en la creación, palabra inspirada en las Sagradas Escrituras, palabra cercana en la voz de los profetas, palabra encarnada en Cristo Jesús.

Cristo Jesús es el rostro humano de la sabiduría divina. Él es la sabiduría de Dios hecha carne.

Se supone que cada uno de nosotros, cada uno de los que hoy celebramos la Eucaristía, debiéramos poder decir con verdad: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”; en comparación con Cristo Jesús, todo lo tuve en nada.

Se supone también que, en la comunidad eclesial, cada uno de nosotros, como aquel día el apóstol Pedro, puede decir a Jesús: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Supongo que Jesús lo miró con ternura y tomó por buenas las palabras de su discípulo, aunque de sobra sabía que a Pedro era todavía muchísimo lo que le quedaba por dejar.

Y no digo nada de la ternura y la comprensión que habrá de tener con nosotros, con nuestra comunidad eclesial, si hacemos nuestras las palabras de Pedro: ¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que hemos dejado por ti?; ¿qué pasos hemos dado en ese camino que va desde nuestro mundo hasta dejarlo todo por ti?; ¿qué pasos hemos dado para ponernos en camino y seguir a Jesús?

“Dejarlo todo” es condición indispensable para que venga a nosotros el espíritu de sabiduría.

Si por la fe reconoces a Dios en Jesús, no es que lo dejarás todo: te perderás incluso a ti mismo.

Si con sabiduría divina llamas a Dios: «Padre nuestro», si en cada hombre, en cada mujer, reconoces hijos de Dios, hermanos tuyos, con esa misma sabiduría te reconoces de Dios y de tus hermanos.

Si en cada hombre, en cada mujer, reconoces a tu prójimo, a tu hermano, a ti mismo, a Cristo Jesús, dejarás tu camino, dejarás tu proyecto, olvidarás tus intereses, lo dejarás todo para atenderle a él, para cuidar de él.

Perdernos a nosotros mismos, es condición indispensable para adquirir sabiduría, para ser de Cristo y de los pobres.

Sólo puedo desearte el gozo de esa sabiduría divina.

Feliz encuentro con ella en la Eucaristía.

Feliz domingo.