¡LO QUE DIOS AGLUTINA!

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Nuestro Creador lo comprendió desde el primer momento. Su creatura inteligente y cordial no debería vivir en soledad. ¡Necesitaría de una ayuda adecuada! El ser humano tuvo la oportunidad de “dar nombre” a los animales de la tierra y del cielo. El Creador le cedió ese derecho, de modo que todos los seres animados tuvieran un nombre “humano”, es decir, inventado por el hombre.

Esto le permitió al ser humano (Adam) buscar una ayuda semejante; ¡pero no la encontró! Quien le sacaría de su soledad, no estaba fuera, sino dentro de él. El Creador completó su creación extrayendo de la unidad la dualidad. En aquel maravilloso despertar, quien antes se sentía “uno”, descubre  ahora que es “dos”. Y el uno descubre en el otro su reciprocidad:

“¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”.

El autor bíblico extrae una consecuencia importantísima, que él pone en boca del mismo Creador: “¡Por eso!”. La dualidad tiene vocación de unidad. El varón ha de dejar a su padre y a su madre, ha de abandonar el sistema patriarcal y emprender un nuevo camino, no ya en soledad, sino en la unión mayor imaginable: “se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. La identidad no es una suma, sino la comunión creciente que sueña la unidad.

¿Se ha cumplido la utopía de los orígenes?

Uno se puede preguntar: “esta “utopía de los orígenes” ¿se ha cumplido en las parejas alguna vez?

Hoy descubrimos, quizá con más claridad que en otros tiempos, lo difícil que resulta a muchas parejas mantener la unidad amorosa, que al principio de su relación parecía tan fuerte.

Hoy vemos que surgen muchos elementos distorsionantes que impiden el concierto amoroso, muchos distanciamientos que enfrían el romance.

Hoy también, más conocedores de la biología y la psicología humana, somos más tolerantes y comprensivos hacia quienes no sienten con naturalidad la tendencia heterosexual y, sin embargo, sienten la llamada hacia la unidad.

Finalmente, hay personas que -por diferentes motivos y algunos de ellos muy sublimes- renuncian a ser pareja o vivir en pareja y optan por el celibato, por quedarse “solos”. Pablo lo expresó en su carta primera a los Corintios con las mismas palabras del Génesis, pero ¡al revés! “¡Es bueno que el hombre se abstenga de mujer!”. Pablo defiende esta posibilidad que, según él, hace posible la nueva realidad que Jesús instituye en la humanidad con su muerte y resurrección.

La partitura que el Creador nos ofrece de comunión entre el hombre y la mujer es bellísima, es “imagen y semejanza del mismo Dios”, pero también es muy difícil de interpretar como proyecto de vida y de alianza sin vuelta atrás. El “diablo” quiere interferir desde el origen en la bella interpretación. Con tal enemigo, instigador de divisiones, -aun por los motivos más fútiles- ¡qué difícil resulta la comunión!

¡Al principio no fue así!

Cuando llega Jesús a la tierra encuentra que la realidad de muchas parejas no corresponde a aquella diseñada por su Abbá Creador: ¡Al principio no fue así!

Entonces Jesús, que tiene palabras de vida -transmisoras de vida-, que es la Palabra por la que todo es creado y re-creado, dijo imperativamente: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Estas palabras no son una ley fría, sino una promesa, una realidad posible. Al ser humano le corresponde no imposibilitar, con su falta de fe y su descompromiso, el don que le ha sido concedido. ¡Lo demás depende de Dios! ¡Hay dejar protagonismo a Dios en la relación de pareja!

Jesús invita a dejarse unir por Dios, a descubrir a aquella persona, en la cual cada ser humano encuentra su “ayuda semejante”. Puede haber alucinaciones, percepciones inadecuadas, pasos precipitados… Hay que saber discernir qué es “lo que Dios ha unido”. Bendecir aquello que Dios “no ha unido” es una profanación. La belleza del Sacramento del Matrimonio está precisamente en transparentar la bendición de Dios ante aquella pareja que Él ha ido uniendo a través de la aventura y el romance amoroso.

Nuestro Dios Creador y Redentor no quiere que el ser humano esté solo. Por eso, toda vocación humana lleva en sí las semillas de la comunión: amistad, eros, solidaridad, filantropía y caridad. El Amor nos saca de la nada. Completa la creación del ser humano.

Cuidados “extra”

El amor requiere cuidados “extra”. La cuidadora del frágil y poderoso amor se llama “Fidelidad”.  La fidelidad no juega, no se despista. Es amiga de la profundidad; descubre el todo en el fragmento; es agradecida y no reivindicativa; cultiva la finitud para descubrir en ella toda la trascendencia.

¿Qué ocurre cuando Dios es acogido en las relaciones afectivas y amorosas? San Agustín decía que “las mejores amistades son aquellas que Dios aglutina”. Un día me dijo un joven -locamente enamorado de su novia- con la que se iba a casar unos días después: “¿qué haré para no perderla?”. Lo único que se me ocurrió fue decirle: “Rezad juntos el “padrenuestro”… “¡no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal!”. Y es que “lo que Dios ha unido…”