¡QUE RENAZCA EL “ENCANTO” DE LA MISIÓN!

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¡No hay mayor regalo, mayor dignidad que haber sido elegido por Jesús para compartir su misión: aquella que él realizó en la tierra y que gracias a su Espíritu, sigue presente y actuante en la historia del mundo, hasta el fin de los siglos! La misión se puede desvirtuar. Por eso, hay que volver al paradigma primigenio. Hoy lo hace la liturgia al proclamar unos versículos del evangelio de Marcos, donde se nos habla del origen de la misión, de su contenido, de su estilo y del resultado exitoso de la misión.

El origen de la misión

“Jesús llama a los Doce y los envía”.

Donde hay vocación hay misión; donde hay misión hay vocación.

Para descubrir nuestro lugar en la misión de Jesús, debemos redescubrir nuestra vocación más profunda, que coincide con nuestro más profundo deseo, nuestro más profundo “sueño”.

La pérdida de la conciencia vocacional desvirtúa la misión. Entonces uno se convierte en un “empleado” eclesiástico, en un asalariado, en una persona contratada que solo se atiene a las horas estipuladas.

Hay personas que sólo hablan de su trabajo, pero nunca de su misión, de su vocación.

Quien tiene conciencia de misión y de vocación, sabe que es Jesús el Señor quien lo llama, quien lo envía.

¡Enhorabuena a ese movimiento vocacional que ya se percibe en la Iglesia!

¡Qué bello es escuchar testimonios de personas que se sienten con “vocación de matrimonio”, con “vocación a la vida consagrada”, con “Vocación al ministerio”, con vocación política, o artística, o cultural…

La fuerza de la “misión” reside en la conciencia de vocación.

El contenido

“Predicar la conversión al Reino de Dios”.

Quien se siente llamado y enviado por Jesús sabe bien aquello que se le pide:

¡que suscite en los demás la conciencia de que Dios está de nuestra parte, que nos ama como un Esposo enamorado a su Esposa -aunque nos sepamos indignos de ese amor-, que ha establecido una Alianza eterna con nosotros, que ya nada nos podrá separar de su amor.

Misión nuestra es proclamar: el protagonismo de Dios en todo lo que nos sucede; la Buena Noticia del Reino “a los pobres”; ayudar a la gente a volver la mirada, el corazón y la vida hacia el Evangelio; ofrecer una visión esperanzada de la vida y denunciar aquello que no tiene futuro.

El Maligno tiene sus misioneros/as que hacen estragos y multiplican las desgracias y la violencia; que crean redes de mal crean en el mundo!

Nosotros nos oponemos a un reino que tendrá su fin; y cuyas acciones serán infructuosas.

Estilo

Comunitario (de dos en dos) y pobreza radical (que no lleven nada para el camino, excepto un bastón y unas sandalias).

Jesús no quiere un estilo “individualista” de misión.

Los envía “de dos en dos”: también a Pedro, también a Pablo…

No quiere misiones estelares (de stars o superstars misioneras), sino misiones de constelación, sin culto a la personalidad.

Por eso, la misión es siempre eclesial; debida más a una comunidad que a un individuo; es una misión “lunar”, pues refleja sólo la “misión de Jesús”.

El estrellato misionero además de injusto es antievangélico. Y somos muy dados a ello, al individualismo estelar, sin comprender quiénes están detrás, quiénes colaboran.

¡El estilo comunitario es el estilo que Jesús quiere!

Jesús quiere un estilo de misión con “pobreza de medios”.

Cuando se recibimos una misión, nos viene espontáneamente a la mente dónde y cómo conseguir recursos económicos, pues el dinero nos abre montones de posibilidades.

Algunas personas también buscan “buenas conexiones”, mantener relación con personas prestigiosas que puedan prestigiar la propia misión y darle el aval de su apoyo.

Estas actitudes hacen aparecer un estilo triunfalista de misión; un estilo de misión orgulloso de su capacidad espectacular, de los recursos empleados.

Y ¿por qué esta renuncia a medios?

Tal vez para que la obra de Dios no se confunda con nuestras obras. Todo es posible para Dios. A Él toda la gloria.

La pobreza nos lleva a “confiar”, a no perder la calma, aunque pase lo que pase: Dios sabe lo que necesitamos, Dios sabe cómo actuar. Nosotros somos “siervos inútiles”.

Aunque parezca que esto humilla nuestra libertad, nuestra dignidad, nuestro legítimo protagonismo, no es así. El humilde gana. El soberbio pierde. Porque el humilde confía en la fuerza de Dios. El soberbio en la suya propia.

Misión exitosa

¡La misión fue muy exitosa!

¡Cuánto nos preocupa el éxito de nuestras tareas misioneras! Solemos contabilizarlo en números, en aplausos.

El éxito -sin embargo- se demuestra sobre todo en la capacidad transformadora.

Ésta a veces sólo se percibe después de mucho tiempo, y casi siempre, al margen de la espectacularidad.

Los éxitos de Jesús le hacían suplicar a los beneficiarios que lo mantuviesen en secreto, que no lo proclamaran a los cuatro vientos.

Nuestra tendencia es inversa: tendemos a la propaganda previa y a la propaganda posterior. Lo importante es que dejemos a Dios transformar nuestro mundo con la llegada de su Reino y nos dejemos transformar por su maravillosa y transfiguradora presencia.

El “encanto” de la misión se identifica con aquella misión que “me hace gracia” y “hace gracia a los demás”. Pero ¡qué desgraciada, aquella supuesta misión, en que uno acaba deprimido, desgastado, defraudado y quejumbroso de todo! Que renazca entre nosotros el “encanto de la misión”.