Con el que resucita…

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ret 088Después de vivir estos días de Pascua, de descubrir el sepulcro vacío, de celebrar la noche de la luz y el agua, de beber de la copa de vino del resucitado… volvemos a la realidad de la vida cotidiana.

Cuesta salir de esa contemplación de luz y alegría, de lo trágico de la muerte y de lo luminoso de la resurrección… y ahora, después de la contemplación, volvemos –como vomitados por la ballena– a la vida fuera del agua.

Quizá el resucitar no es algo de una noche, ni de unas horas, puede que sea tarea de toda la vida y esto es lo más costoso: reprogramarnos para vivir en esta clave. Aunque sepamos que –en la vida– no “todo” es resurrección, aunque hayamos cantado ¡Aleluya! Hay “jueves santos” donde nos disponemos a aceptar, acoger, entregar, compartir y amar; hay también “viernes santos” donde el silencio, el vacío, el sinsentido y la muerte se hacen compañeros de camino. No hay palabras. Solo escucha de nuestro propio silencio. Como si de una tríada inseparable se tratase llegan también los días de luz, de agua y de alegría, son los días en los que se nos permite gozar de la resurrección de nuestro Dios. Ser conscientes, palpar para volver a creer, acopiar fuerzas y sentido. Hay días donde priman los jueves, el rojo de la entrega, del coraje, del sufrir apasionado; hay días donde predomina el gris, el blanco silencioso y negro de la no salida; pero, también hay días de resurrección, de color y alegría, de certezas inciertas donde descubrimos que la luz -por pequeña que sea- predomina en nuestra vida.

Hemos resucitado porque Dios así lo ha querido, porque su Hijo lo ha permitido y porque nosotros queremos recibirlo no como una idea peregrina sino como un hecho de vida. No hay ya ausencias, ni negros presagios… todo es luz porque Jesucristo resucita. Vivimos tiempos donde se menosprecia la vida por eso es tan necesario poner en valor a quien la resucita.

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