Cuestión de riesgo…

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Toda historia de llamada tiene algo que la hace especial. Sin embargo, hay historias que tienen un plus ya sea de dificultad o de originalidad, que nos llama la atención y nos hace despertar con sorpresa de la rutina. Se ve la gratuidad. Se percibe el milagro de Dios… En este invierno también hay llamadas y respuestas… Aunque no abunde la fe para captarlas.

Ayer conocí a Ana, hasta hace poco la doctora Ana, bien popular por muchos pueblos de Castilla, por los hospitales donde ha cuidado con esmero y ternura a tantos niños con discapacidad. Hasta que se encontró con “las hermanas” como dice ella. Este encuentro, casual o querido por Dios, hizo que entre ellas se iniciara un mutuo conocimiento y colaboración en diversos ámbitos. Se hicieron compañeras de misión.

Asombra escuchar a Ana, cuando narra su historia con tanta naturalidad y sencillez, desprovista de adornos y méritos… pero hay algo que sorprende más y es contemplar a Ángela, la hermana que la ha acompañado a lo largo de todo este proceso. Ella permanece en un segundo plano, no dice nada, no describe anécdotas ni circunstancias, solamente una mujer mayor emocionada, curtida por la vida, pero con capacidad para querer y acompañar, ella no se ha hecho de piedra, y ahora contempla con alegría de plenitud la fecundidad. Esta es la mejor anécdota, el mejor símbolo que resume y recoge la labor de tantos religiosos dispuestos a engendrar en la fe.

Pedimos por las vocaciones, rezamos para que el Señor nos mande gente… pero no movemos uno sólo dedo para acercarnos al otro, al que empieza a caminar con nosotros… no tenemos tiempo de escuchar, no tenemos tiempo para tener tiempo, y priorizamos los horarios rígidos, las costumbres que nos dan seguridad. Pedir vocaciones y que vengan, implica un riesgo para mi estilo de vida, supone entablar otra dinámica relacional que por la fuerza de la costumbre se ha ido adormeciendo. Quien viene no lo hace para perpetuar costumbres sino para abrazar la novedad que Dios ejerce en cada uno de nosotros, es decir, la profecía. Basta ya de cultivar una identidad cínica, que margina y olvida la fraternidad.

La experiencia de fe compartida nos hace más creíbles, cuando damos razones, no sólo de palabra, nos hacemos más interpelantes, cuando vivimos la alternativa, sin aislarnos, nuestra vida cuestiona. Atreverse a vivir en hondura y profundidad es ya toda una oración vocacional. La mejor. Roguemos al Señor.

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