Partidos

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No se trata de la Eurocopa, no. Se trata de partirse como Jesús nos dijo que hiciésemos y dice que hagamos.

Hubo algunos siglos en los que la eucaristía solo se entendía como algo que se veía, pero desde fuera. Meros espectadores de algo enorme que sucede en un momento concreto y que se prolonga en el tiempo. Algo muy especial que no se puede tocar, a lo cual no se puede acceder, sólo contemplar desde lo lejano de una custodia en un lugar hermoso, pero inaccesible.

El aspecto sacrificial, que existe, se exageró tanto que borró el plano de la comunitariedad, del alimentarse, del comer, del partir y repartise.

Y Jesús comida se quedo en Jesús trozo sacratísimo de un pan que no valía para comer, sólo para ver. Hoy se ha recuperado ese aspecto de alimento (que era el primigenio): «Tomad y comed, tomad y bebed«. Hoy recuperamos el altar no sólo como lugar de sacrificio (ara sacrificial) sino como mesa en la que nos reunimos para que la gratuidad del Dios partido renueve y dé forma a nuestras comunidades. Y sólo en comunidad alcanza sentido pleno lo que celebramos, no como individuos aislados.

Ese pan que comemos, es también el pan que nos va cambiando, que nos da facultades para hacer lo mismo que Él nos dejó dicho: partirnos y repartirnos. Según la hermosa tradición de S. Juan para servir, para dejarnos lavar los pies por el Maestro, aunque pensemos que los tenemos limpios.

Pan que se come y sangre que se bebe. Gesto real de generosidad en tiempos de racanería. Alimento que va dibujando en nosotros la jofaina y la toalla y nos enseña a utilizarlos. Tocar, saborear, oler, ver y escuchar (en el silencio denso de la comida común) lo que fue y lo que viene siendo: el mismo Jesús que sigue empecinado en vivir en medio de nosotros, pan y vino, Cuerpo y Sangre.

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