Esas palabras no se podían decir sin sobrecoger, sin escandalizar. Son asombrosas, las más deseadas, las más esperadas que un israelita pudiera escuchar.
El evangelio nos acerca a una experiencia de fe, a un mundo interior semejante al de cada uno de nosotros: “Juan, fijando la vista en Jesús que pasaba, dice: Éste es el Cordero de Dios”. Y los dos discípulos que estaban con Juan, vislumbrando la grandeza del misterio, siguieron a Jesús.
Lo que Juan acababa de decir acerca de Jesús, era una revelación que, aceptada, dividía la vida del discípulo en un antes y un después, y lo llevaba al camino por donde iba Jesús.
Ahora es Jesús quien pregunta a los que han empezado a creer: “¿Qué buscáis?”
Ésas son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan: “¿Qué buscáis?”
Y haremos bien en tomarlas como dirigidas a todo el que pretenda ir con Jesús para ser su discípulo; haremos bien, queridos, en tomarlas como dirigidas a cada uno de nosotros.
Empezar a creer es empezar a «buscar». Los discípulos no preguntan por la casa donde Jesús habita, sino por Dios, de quien Jesús es el Cordero. Y Jesús les invita: “Venid y veréis”.
Si has empezado a creer en Jesús, has empezado a «buscar» para entrar en la vida de Jesús, en su misterio, en su mundo, en su verdad; te has echado al camino en busca de Dios y, siguiendo a Jesús, has visto y creído que él habita en Dios. Fuiste, viste, y encontraste al Ungido de Dios.
¿Quién eres tú para mí, Jesús? ¿Qué dice mi corazón cuando los labios dicen Jesús? ¿A quién he encontrado cuando te encontré?
Gracias, Jesús Mesías, que has salido a buscarme antes de que yo te buscase, que has venido a mi mundo para que yo pudiese ir a ti y pudiese ¡yo pecador! vivir contigo en Dios.
Gracias, Jesús Mesías, buen Pastor, que has salido a buscar tu oveja perdida y has llenado de alegría el cielo cuando me encontraste.
Encontrándote a ti, he encontrado el agua que salta hasta la vida eterna, el pan que resucita, la luz que brilla para los que habitan en tierra y sombras de muerte.
Encontrándote a ti, he encontrado descanso para el alma y paz para el corazón: al ir contigo, a mí, pecador, me has llevado a la presencia de Dios, me has ungido con el Espíritu de Dios, me has hecho huésped de Dios, me has hecho hijo de Dios.
Cuando digo Jesús, me adentro en la firmeza de la fe, en la certeza de la esperanza, en la verdad del amor.
Cuando digo Jesús, digo la gracia con que Dios nos consagra y purifica, la verdad con que Dios nos guía.
Cuando digo Jesús, me rodea, como brazos de madre, la caridad que es Dios.
Dime a quién buscas, Iglesia convocada para la Eucaristía, dime a quién buscas y sabrás con quién comulgas.
Feliz encuentro con Cristo Jesús.