SOSTENIDOS POR TU BELLEZA

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He tenido que escribir sobre la belleza y me encontré con esta perla de San Efrén: “El Señor de todo es la tienda que atesora todas las cosas. A cada uno, según su capacidad, le concede vislumbrar su belleza oculta…Todos los que te miran será sostenidos por tu belleza”.

No sé si os ha pasado a veces estar ante un paisaje y sentir que es como si nos reconociéramos, como si nos trajera a casa. Son paisajes de nuestra alma, inscritos en nosotros por generaciones. En esos espacios de belleza y soledad nos sentimos habitados por los rostros de nuestra vida, e inexplicablemente podemos amarlos con más hondura e intensidad que cuando estamos con ellos. Es entonces cuando se nos muestran tal como son, con toda su luminosidad.

Dicen que vemos con los pies, que vemos según el lugar donde pisamos, y por eso necesitamos caminar por lugares privados de belleza, porque son estos los que transforman nuestra mirada. Allí donde hay carencia, allí se oculta el amor de Dios que quiere colmarla. Descubrimos que lo bello no es lo perfecto sino lo vulnerable, que la hermosura no acontece en lo espectacular sino en lo sencillo; que la verdadera belleza conmueve porque despierta la ternura esencial guardada en nosotros: ¡Es tan hermoso el abrazar del Papa Francisco a personas que han sido lastimadas en su cuerpo y en su espíritu! Son bellas las manos gastadas de una religiosa cuando se posan delicadamente sobre cuerpos deteriorados; es precioso un hermano anciano que sostiene a otro con devoción; irradian belleza mujeres en plena madurez, ofrecidas sobre los rostros más perdidos en rincones innombrados de la tierra… Sólo una mirada limpia puede atisbar la belleza allí donde el mundo no la señala ni la busca. Dichosos nosotros si dejamos que la mirada del Amigo limpie la nuestra.

Han pasado veinticuatro años y aún recuerdo una noche a la salida de completas del bello monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, iba  junto a una hermana que había sido una mujer profética y contemplativa en los tiempos del cambio. En la oscuridad de aquel pequeño pueblo me hizo mirar al cielo cuando salíamos silenciadas del claustro: “¿Sabes?- me dijo- la liturgia de las estrellas es aún más hermosa que la de los monjes. Ellas le alaban  mejor”. Desde entonces, cada vez que las contemplo me viene su mirada honda. ¡Hay tanta belleza delante de nosotros por reverenciar¡