En el siglo XXI contó una parábola. Comienza así: ven y verás…
Parábola del todo en Dios
La identificación de la vida religiosa con las Parábolas de Jesús no es, en absoluto, forzada. La inspiración bíblica del seguimiento de Jesús desde la vida consagrada es uno de sus acentos de originalidad, expresividad y fuerza. No se trata de un más, ni un más cerca, se trata de una respuesta vocacional propia que contiene, en sí, el cauce y la gracia de irrumpir y provocar transformación en la normalidad, desde los dinamismos del reino.
Creo que la vida religiosa es una parábola que perfectamente habría podido proponer el Maestro en aquellas charlas de misión tan suyas. Hablaría de un grupo de hombres y mujeres que no se proponen otra cosa que vivir reino, contar reino, acercar reino, restañar reino. No es otra cosa, lo nuestro, que el anuncio, desde Dios, de que este mundo no es ruptura con la promesa, sino pedagogía y preparación que la posibilita y hace real.
Por eso la parábola necesita lenguaje sencillo, común, cercano, próximo. Necesita también posibilidades y espacios próximos donde aparezca el encuentro, la hospitalidad y la acogida sin tener que forzar el texto. La parábola de la vida religiosa, necesita hacerse en el contexto que los contemporáneos comprenden, por eso puede explicitar el amor como anhelo de bien, puede significar la gratuidad como el estilo de relación y pertenencia de quienes son verdaderamente libres y puede mostrar la libertad como el reconocimiento de que en toda biografía deja el Señor la impronta de su gracia y Paternidad.
Parábola desde la comunión
Hay un aspecto muy presente en la vida religiosa que es especialmente claro a la hora de ser pronunciada como parábola para este momento de la historia. Es su identidad comunitaria, sin matices y filtros, sin puertas o espacios. Se trata de una comunidad que integra –porque es su identidad– la pluralidad de las existencias de quienes buscan el bien. Es una comunidad horizonte, porque percibe la distancia entre los caminos propuestos y los caminos originales en el corazón de Dios, por eso es más anhelo que eficaz resolución de problemas. Se trata de una mística comunitaria de la esperanza que va más allá del rasgo posibilitador del éxito. El corazón de cada religioso o religiosa es, en sí mismo, un canto de comunidad más allá del logro que consigue expresar a lo largo de su vida. Por eso comunica y es referente; está capacitado para acoger y proporcionar tensión de crecimiento; orienta y es signo de la esperanza que todo corazón humano siente cuando piensa en Dios.
Los caminos del siglo XXI están siendo muy ricos para la propagación de la parábola de la comunidad. Llenos de transeúntes y de mujeres que han sufrido el robo de su dignidad; llenos de niños solos, por exceso o carencia de bienes, pero, sobre todo por carencia de afecto limpio; parejas que no pueden expresar su compromiso definitivo porque no tienen espacio social para realizar su amor, o espacio laboral para garantizar la creación de un hogar; ancianos y ancianas solos, que han aprendido a sobrevivir haciendo de la atención de las instituciones públicas su único diálogo; pobres que no han descubierto que sus vidas también son queridas y preciosas porque los trayectos humanos se han encargado de recordarles continuamente que son diferentes, o están excluidos o no se cuenta con ellos en estadísticas y están ausentes del crecimiento social; desencantados y desencantadas de la pedagogía eclesial que han ido perdiendo la capacidad de soñar y esperar en una comunidad justa, de iguales, fraterna y de compromiso… Todos ellos son el referente de quienes han recibido el don de comunicar a este mundo que la comunidad del reino no solo es posible, sino que los necesita.
Parábola desde el camino de la vida
La vida religiosa como parábola fácil de ser proclamada en este tiempo, nos lleva a situarnos en el lugar que nos pertenece, el último. Porque solo la parábola adquiere fuerza y verdad cuando se sitúa en la debilidad que manifiesta expresivamente que el valor está en quien la sostiene e inspira.
Una vida religiosa que se convierta en parábola ágil del reino, vive dos experiencias particularmente inspiradas. La primera es que consigue leer lo que le ocurre desde la toda gracia. No hay lamento, ni reproche ni búsqueda de estrategias que le devuelven la preeminencia perdida y, la segunda, es una capacidad especial y nueva de mirar el mundo y la vida desde la reconciliación y el encuentro.
Las parábolas tienen su fuerza en la luz de la propuesta y no en la agresividad del contraste. Son implicativas, cuentan con todos, no necesitan el paso previo de prepararse a conciencia para poder ser comprendidas. Se entienden porque son transparentes, pequeñas, sin recodos complejos. Las parábolas posibilitan el dinamismo de la fe, por eso se integran, y en esa misma fe se adquiere fuerza para ser propuestas, compartidas y regaladas.
Situar la vida consagrada bajo la simbólica propuesta de la parábola le devuelve una agilidad que está necesitando. En este momento, no sabe muy bien cómo renunciar a tantas palabras que están siendo su «jaula de oro». Palabras que muchas veces son justificación otras, análisis sincero y siempre una inquietante sensación de que teniendo que dar un paso, experimentan que los grilletes que amordazan su libertad son los propios espacios por ella creados en otro tiempo para transmitir reino.
Por eso, la parábola nos trae la noticia fresca del aquí y ahora, vuelve al ejemplo que todo el mundo entiende de lo bueno, lo bello y lo veraz. Vuelve a tener las palabras justas para significar el amor gratuito, o la libertad sin prejuicios o la pobreza que a todos reconforta y levanta hasta hacerlos ricos herederos de un Padre que es amor. Son parábolas que hablan de una comunidad donde lo común no es hacer a todos iguales, sino muy diferentes y queridos por esa diferencia. Sitúa esas comunidades en lugares normales, en medio de la vida, son puertas abiertas del reino, «alas proféticas de la Iglesia» que decía J. M. R. Tillard porque revelan la profunda humanidad de un Dios que acoge, sonríe, escucha, transforma y ora la humanidad del pueblo. Las parábolas en la comunidad de los consagrados son palabras limpias sin confusión ni ambigüedad, sin ironía ni ideología. Por eso son iconos que remueven el recuerdo de la humanidad, allí donde todos, buscan a Dios porque internamente saben, que solo Él les susurra que son especiales, únicos, irrepetibles e hijos.
Parábolas desde el riesgo de la fe
Las parábolas son arriesgadas. No pertenecen a la literatura de consumo. Ensanchan la vida y la comprometen. Por eso pronunciarlas o asumirlas como estilo de vida da miedo. Colocan en el vértigo de lo divino y precisamente por ello tienen un atractivo muy especial: son incontestables.
La vida consagrada necesita transformarse en parábola. Necesita limpiarse de condicionantes y textos añadidos, liberarse y reconocerse en la palabra prometida y realizada en lo pequeño, lo insignificante y hasta prescindible. Optar así, por la minoridad y debilidad, la convierte en alternativa y posibilidad para quien busca algo diferente o para quien siente que el carisma es la diferencia. Quienes encarnan la parábola deben, en primer lugar, perder el miedo porque el vacío de poder al asumirla, se convierte en felicidad interior al vivirla. Así y solo así, cuando la vida consagrada quiera proponer un mundo diferente, podrá decir, sin sonrojarse: Ven, comparte con nosotros y nosotras y lo entenderás. Porque el reino de Dios es tan real y posible, como para hacer, de nuestras pobres vidas, un texto que expresa que Dios es posible, real y ama esta historia y este momento de salvación. Ama y rehace tu vida.