viernes, 26 abril, 2024

PROPUESTA DE RETIRO EN CUARESMA

Cambios de tiempo, tiempos de cambio

(Bonifacio Fernández, cmf ). Conversión es una palabra con sabor familiar y antipático. Nos la repetimos a menudo. Nos recuerda que podemos y debemos cambiar. Especialmente en tiempo de Cuaresma. Intentamos refrescarla hablando de renovación. También la idea de crecimiento personal y espiritual nos remite a ese dinamismo que necesitamos para recorrer el camino hacia una vida más plena. En el imaginario colectivo nos repetimos que vivimos en una sociedad de cambios acelerados. El problema nace cuando los cambios tocan nuestras zonas de confort. Es claro que necesitamos abrir nuestras mentes y quitar los obstáculos que nos impiden el movimiento de transformación. Podemos hacer accesible esta idea contando la parábola de la bicicleta. Si unimos las dos ruedas de la bici por la parte más externa de cada rueda, será prácticamente imposible moverse. Costará un gran esfuerzo. Si unimos las dos ruedas por los radios, la bicicleta tampoco se moverá y acabará estropeándose. Si las unimos por el centro, habrá equilibrio y movilidad. Esta comparación indica la importancia de relacionarse desde el centro; lo cual requiere estar centrados. Cuando, además, el centro de la vida personal es la relación amorosa con Dios, ella es fuente de amor a todos: todo gira en torno con fluidez. La energía de dentro confiere movilidad a todas las otras relaciones, genera un dinamismo hacia la meta de la vida personal y comunitaria. La experiencia de la presencia de Dios es transformadora.

 

Conversión personal: autenticidad de vida

Entender la conversión personal como conversión a la autenticidad de sí mismo, hacia el descubrimiento de sí mismo, al conocimiento de sí mismo. Conversión a lo mejor de sí mismo. Aquí puede venir bien la expresión y pregunta de Thomas Merton: ¿Qué ganamos con navegar hasta la luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos? En nuestra historia personal se teje o desteje. Se trata de conocer el tesoro que somos cada uno a los ojos de Dios.

Todo lo que nos sucede en la vida nos brinda una oportunidad para conocernos, tocar nuestra verdad. Nuestra identidad personal es resultado de múltiples influjos. Unos son de herencia; otros muchos son de aprendizaje familiar. La cultura da forma a nuestro proyecto vital de identidad, a nuestros sueños y aspiraciones profundas. Ciertamente influyen las decisiones personales, acertadas o equivocadas, es decir, el ejercicio de la libertad personal. Desde el hontanar de nuestra identidad todos aspiramos a la felicidad, si convenimos que este puede ser el nombre de la salvación. Todos necesitamos y podemos aprender a dar y recibir amor. A todos nos fascina la misión de dejar huella de nuestro paso por la vida.

La autenticidad de nuestra vida tiene que abrirse paso a través de los proyectos y condicionamientos que nos han asignado o que, en cualquier caso, hemos asumido. El guión de una vida trágica, o fracasada, o aventurera o pesimista… pueden determinar toda una vida. Otras personas tienen que curar la memoria dolorida y resentida para poder ser libres y agradecidos con la vida que les ha tocado vivir y las personas que la han hecho posible.

La autenticidad tiene su precio. Es un logro. Requiere esfuerzo de crecimiento y transformación.

El encuentro con uno mismo implica capacidad de soledad, que engendra interioridad. Implica también capacidad de silencio interior para ser capaces de escuchar el pulso de nuestra vida, nuestras aspiraciones y frustraciones, nuestras heridas y nuestros miedos. La identidad personal se va construyendo histórica y narrativamente.

En un día de retiro me puede ayudar a tomar conciencia de cómo es mi crecimiento personal la respuesta a preguntas como estas:

¿Me gusta la vida que llevo? ¿Me siento satisfecho?

¿Quién manda en mi vida? ¿Estoy viviendo la vida que he prometido vivir desde el camino iniciado en el bautismo? ¿Refleja mi vida el resplandor de la belleza, de la bondad y el amor de Dios?

 

Conversión comunitaria: Comunidad fraterna

Vivir es convivir. Todos somos hijos de alguien. Estamos inmersos en la cadena de las generaciones humanas en la historia. No existimos como islas. Por más que actualmente sintamos con fuerza la identidad individual, formamos parte de una comunidad a muchos niveles: familia, pueblo, nación, estado.

La dimensión comunitaria forma parte de la identidad de la vida religiosa. Hemos sido convocados en un proyecto carismático para ayudarnos a descubrir, discernir y cumplir la voluntad de Dios. Por la profesión y consagración el religioso se compromete a compartir un proyecto congregacional de vida y misión. También aquí el itinerario hacia la conciencia comunitaria es largo; requiere crecimiento. El papa Francisco nos llama la atención: “¡No nos dejemos robar la comunidad!” (EG 92).

La dimensión comunitaria forma parte también de la santidad, que es la vocación universal de todo cristiano. Se nos pide no solo una santidad individual; en nuestro tiempo se espera de la vida religiosa el testimonio alegre de la santidad comunitaria. En ella brilla la calidad humana y el resplandor evangélico del amor fraterno.

Es en la comunidad donde se está llamado a vivir relaciones transformadoras. Esto requiere, comunicación abierta, diálogo y creatividad de todos. Requiere aprender el arte del encuentro interpersonal.

Hay que pasar del individualismo a la comunión. La actitud individualista tiene mucho encanto en la actualidad; me permite seguir en mi mundo; me permite morar el mundo de una manera subjetiva, me evita la confrontación, y el sentir que los demás son una amenaza.

Con el individualismo tal vez se llega primero; pero juntos se llega más lejos. Las actitudes personalistas parecen resultar más efectivas y eficientes, evitan discusiones sin fin, evitan confrontaciones ideológicas y luchar por tener razón.

El papa Francisco en su Exhortación Postsinodal Amoris Laetitia presenta indicaciones precisas para un buen diálogo y una buena comunicación. “El diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar en la vida matrimonial y familiar. Pero supone un largo y esforzado aprendizaje” (n. 136). Lo que el Papa refiere aquí a la vida matrimonial y familiar es aplicable también a la vida comunitaria. Para una buena escucha es preciso hacer silencio interior, despojarse de las prisas, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio. El papa Francisco añade que “para que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir y eso requiere riqueza interior” (AL 141).

 

Conversión pastoral: Compromiso

Hace mucho tiempo que se viene proponiendo el cambio de orientación pastoral. El camino va de la pastoral de mantenimiento a la pastoral de misión. El papa Francisco lo propone con mucha claridad: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de las estructuras que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 27).

La conversión pastoral implica un proceso de adaptación constante a los destinatarios del evangelio. Requiere creatividad y coraje. La inercia hace prevalecer ampliamente la actitud de autopreservación. Consiste en esperar que la gente venga a buscar los servicios que se ofrecen, esperar que la gente encamine hacia las instituciones religiosas sus inquietudes y sueños de superación personal y de búsqueda de un sentido más plenificante de la vida. En realidad, acontece que mucha gente inquieta encamina sus búsquedas de sentido y felicidad hacia formas de auto-ayuda o formas que denominan de “espiritualidad”. Podemos ver en nuestras ciudades que se abren cantidad de centros para el ejercicio corporal, cantidad de centros para la inquietud espiritual. Se ofrecen cantidad de cursos sobre orientación, comunicación, silencio, acompañamiento, técnicas de relajación. Es cierto que pululan también los que hacen sus negocios con muchas personas que se dicen no creyentes, pero practican ampliamente la credulidad.

Estos hechos, que manifiestan tendencias y que constituyen una suerte de signos de los tiempos y de los lugares, son una gran interpelación para las personas e instituciones religiosas. Sabemos que el evangelio es una fascinante propuesta de sentido para nuestra vida y que es universal. De esa convicción surge la dolorida pregunta: ¿Qué está pasando con la conexión? ¿Qué está pasando con la memoria cristiana que estamos llamados a transmitir? Nuestras comunidades de fe, ¿se han vuelto incapaces de generar nuevos creyentes?

La respuesta a la pregunta no puede reducirse a sentimientos de culpa que paralizan. La respuesta es una llamada poderosa a favor de la confianza y de la creatividad. Tenemos la tarea eclesial ingente de conectar la búsqueda de felicidad con el evangelio de Jesús y con el Jesús del evangelio. Ayudará a ello “una atención pastoral misericordiosa y alentadora” (AL 293), de acogida y acompañamiento, que tiene en cuenta la ley de la gradualidad, que discierne e integra a todos.

 

Conversión social: Compasión

Es este otro aspecto de la conversión pastoral. Se nutre de una espiritualidad activa en la transformación del mundo. El evangelio ha anotado un momento muy especial en la trayectoria de Jesús. Al ver a la gente desorientada y perdida, se siente conmovido en sus entrañas. “Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 10,36; Mc 6,34; Lc 10,2). Y lo entiende como una llamada a evangelizar. Se siente movido por la misericordia y la compasión. Percibe la carencia de orientación y dirección en la vida del pueblo. De hecho, estos pasajes señalan un momento significativo en el itinerario vocacional de Jesús. Él tiene una gran buena noticia que trasmitirle. Se sabe portador de liberación y compasión que comienza ya y estallará para siempre.

Seguir a Jesucristo en el camino del crecimiento espiritual implica abrazar sus actitudes de misericordia y compasión especialmente para con los despojados y abatidos. Seguir a Jesús es proseguir su opción por los pobres. Y esto no solo en las actitudes personales, sino en los comportamientos comunitarios. De ahí brota la urgencia de una pastoral de anuncio y de denuncia en defensa de la solidaridad e integración social. Y ello tiene que ver con la programación del tiempo, de las agendas de las personas. Se verifica, de una manera visible, en la distribución de los recursos materiales, en la comunicación de bienes. La opción por los pobres atañe también a las ideas con que interpretamos la realidad, a los lugares donde la vida consagrada se hace presente, a las propuestas y protestas a favor de los excluidos y crucificados en la sociedad consumista.

En este itinerario de conversión social con frecuencia tendremos que confesar y arrepentirse del pecado del “habriaqueísmo”.

 

Conversión ecológica: Comunidad de las criaturas

Existimos en el mundo; somos naturaleza y pertenecemos a ella. También somos historia; la protagonizamos y la sufrimos. Somos creación y criaturas de Dios en un largo proceso de evolución. En este momento la humanidad vive un giro histórico. “Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida” (EG 52). Somos personas capaces de responsabilizarnos del planeta, comunidad con todas las criaturas. Se trata de situarse en la Iglesia y en la orden o congregación desde una visión ecológica integral; el planeta es nuestra casa y estamos llamados a hacerlo la casa común para todos los pueblos.

En la creación todo está interconectado. Son hilos sutiles, no del todo conocidos. Pero se sabe lo suficiente para entender que todos los vivientes formamos una biocenosis, que el planeta tierra es nuestra casa común.

La crisis que vive el planeta apela a nuestra conciencia ecológica. Requiere cambios que parten del interior del corazón. “La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (LS 217). Hay cristianos que no la toman en serio. Hay otros que se muestran pasivos a la hora de cambiar. No basta el cambio en el plano individual; es menester que la conversión para afrontar los retos del cuidado de la creación sea realmente una conversión comunitaria. Implica toda una revolución cultural que tiene entraña teológica. La experiencia de la gracia de Dios y de la gratitud por la salvación recibida se explicita en la relación con los hermanos y con todas las criaturas que nos rodean.

Es preciso escuchar el grito de la tierra y de los pobres. Ese grito nos revela de nuevo la vigencia de memorables valores como la sobriedad, la capacidad para gozar con las pequeñas cosas, la convicción de que en este terreno “menos es más”. La ecología integral conlleva el cultivo de la capacidad de asombro y de sorpresa, la paz interior y la armonía con la creación, contemplada como el gran libro del amor y bendición de Dios.

Conversión teológica: Comunión de vida divina

La relación con Dios está también sometida a un proceso de transformación. Tiene que pasar del infantilismo a la adultez, del mercantilismo a la total alteridad, de la utilización a la adoración. La gloria de Dios y la divinización del hombre es el punto de convergencia de los afanes humanos. Para llegar ahí, el proceso es largo y exigente. El misterio de Dios suscita en cada uno de nosotros su mejor mismidad, sus mejores potencialidades y sus aspiraciones más profundas. Pero ellas crecen en medio de la cizaña, de la adversidad representada por los pecados capitales que están incluidos en la condición humana. La tríada trágica del dolor, la culpa y la muerte actúa en nosotros como fuerza amenazadora y paralizadora.

Por otra parte, la realidad de Dios vivo no se puede identificar con esquemas, conceptos y doctrina, por más ortodoxa que ella sea. El Dios santo rompe todos los esquemas; supera todas nuestras fórmulas, con las cuales necesitamos referirnos a Él.

Podemos entender la vida consagrada como estado permanente de confesión de fe; pero conviene recordar que la fe cristiana es mucho más que sus expresiones doctrinales; que la fe no se deja reducir ni encerrar en fórmulas o prácticas; ella puede ser expresada en diferentes culturas y diferentes lenguas (cf. EG 41). Y es que la relación creyente no termina en enunciados, termina en el Dios viviente, el Dios de la historia. Consiste en un encuentro progresivo con Él a través de Jesucristo. Ya desde el bautismo partimos de la comunión de la vida divina, ya somos hijos en el Hijo y hemos recibido el Espíritu y está actuando en nosotros. Mantiene y aviva en nosotros el proceso de crecimiento y transformación. Como memoria viva de Cristo que es, el Espíritu nos remite constantemente al encuentro con Él.

Jesucristo como Hijo de Dios, no es la mediación excluyente. El encuentro de Dios con nosotros ha seguido muchos caminos. Y, a la inversa, el encuentro de los seres humanos con el Dios vivo y santo es posible a través de muchos senderos. Jesucristo los incluye y los plenifica. En efecto, Jesucristo es prefigurado en el Primer Testamento; hacia Él se mueve la historia en su dinámica de promesa-cumplimiento, que, a su vez, es promesa de un cumplimiento mayor. Sostenida por la fidelidad de Dios, la esperanza contiene una constante plusvalía sobre la experiencia. Por eso es una historia abierta al futuro.

Jesucristo no solo es prefigurado en el Primer Testamento sino que en la historia es la figura del hijo de Dios, es su rostro, la encarnación de su gloria en la fragilidad de la vida humana. En la trayectoria humana de Jesús es donde más de cerca podemos descifrar y saborear el encuentro con el rostro de Dios.

Ello es así porque el Hijo unigénito se ha configurado con nosotros; ha experimentado nuestra condicional humana; ha entrado entre las barreras y trincheras que los humanos han levantado; ha sufrido las diferencias entre pobres y ricos, justos y pecadores, sabios e ignorantes, incluidos y excluidos.

En esta historia humana conflictiva, Jesús ha terminado víctima de la violencia; ha padecido la indiferencia, el rechazo, e incluso la condena a muerte. Al final de la historia ha sido desfigurado paso a paso. Los relatos de la pasión son una crónica teológica de esa desfiguración, cuyo origen reside en la experiencia del Dios Abba, que está sobre la ley, que no se deja identificar con ninguna ley.

El desfigurado por nosotros ha sido transfigurado por Dios en la resurrección. El Padre lo ha glorificado, ha revelado el esplendor de su gloria en él y por medio de él. Transfigurado por la Resurrección de entre los muertos, va delante de nosotros en la peregrinación de la historia hacia la consumación.

 

Actividades para el trabajo personal y comunitario

 

Conversión personal

Atreverme a ser quien soy es lo que se me ha encargado en la vida. En la Biblia es frecuente que a la persona se le de un nombre nuevo que tiene que ver con su misión en la historia de la salvación. A Simón se le pone el nombre de Cefas (Jn 1,42), a Saulo se le llama Pablo (Act 13,9); Abram se convierte en Abrahán (Gn 17,5), Sarai se convierte en Sara (Gn 17,16), Jacob se llamará Israel (Gn 32,28). El nuevo nombre significa identidad y misión. Cada persona tiene una misión que realizar en este mundo.

 

¿Qué es para mí una vida que merece la pena vivir?

¿Qué quiero hacer con mi vida?

¿Qué clase de felicidad quiero construir?

¿Cuál es mi misión personal en la vida?

Conversión pastoral

 

Leer detenidamente el siguiente texto:

El papa Francisco contribuye de muchas maneras a hacernos tomar conciencia de la necesidad de conversión pastoral. El punto de partida es la situación que llama mundanidad espiritual. Algunos de sus rasgos son:

– Cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia.

– Fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas.

– Vanagloria ligada a la gestión de los asuntos prácticos.

– Embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autoreferencial.

– Mostrarse a sí mismo en una densa vida social, llena de salidas, reuniones.

– Funcionalismo empresarial.

 

“Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG 97), puede ayudar también la lectura del número 198 y 207 de la misma Exhortación.

 

Preguntas para la reflexión y el intercambio comunitario

¿Qué es lo que más me interpela de esta descripción del papa Francisco?

Las personas que muestran inquietudes espirituales, ¿vienen a nuestras instituciones o a nuestro encuentro?

Las personas que en esta sociedad secular buscan a Dios, ¿lo buscan por medio de nuestras iglesias y conventos?

¿Me siento dispuesto y capaz de acompañar a otros en el camino espiritual?

Cuando evaluamos la vida pastoral, ¿en qué nos fijamos?:

– ¿En la imagen social?

– ¿En la satisfacción personal?

– ¿La fidelidad al evangelio?

¿Qué creo que espera el Señor de no-sotros en este tiempo pastoral?

 

Conversión teológica

Se comienza leyendo el evangelio del día en que se celebra el retiro comunitario. Luego se comparte sobre estas preguntas que se han trabajado previamente de forma personal y por escrito.

– ¿Qué quiere Dios hacer con mi vida?

-¿Qué quiere enseñarme en este tiempo?

– ¿Qué quiere hacer a través de mí?

– ¿Cuál es mi respuesta si Dios me pregunta, como a Adán en el paraíso, dónde estás?

– ¿Cuál es mi respuesta personal si Jesucristo me pregunta, como a los seguidores de Juan, qué estás buscando?

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