El día anterior una amiga de la Compañía de María y yo habíamos estado compartiendo en un encuentro con Superioras Generales de España y Portugal (USGEP). En uno de los talleres que tuvimos sobre “Experiencias de misión intercongregacional y de frontera”, ella nos animaba a pasar de dispositivos sociales a dispositivos fraternales, a trabar modos nuevos y diversos de crear comunidades de solidaridad. Subrayaba la necesidad de crear redes entre nosotras y con otros, y de ser más activas en posicionarnos ante las causas justas. Una de las generales, al acabar el taller, decía emocionada: “Somos muchas mujeres en la vida religiosa y necesitamos dar respuestas juntas al gran sufrimiento de las personas que se ven obligadas a desplazarse; ser más visibles como mujeres religiosas a favor de esta causa”.
Volvía a casa con esta convicción adentro y el escrito de mi amiga me hizo tomar mayor conciencia de la realidad que viven las mujeres refugiadas, mucho más vulnerables que los hombres y más expuestas al abuso y a la marginación. En estos días en que estamos a la espera, es tan evidente cuál es “la señal” donde el Dios-con-nosotros se manifiesta. La estrella de sus pobres y pequeños nos guía y una pregunta divina sacude nuestra comodidad: en esa Noche sagrada y bendita ¿dónde dormirán las mujeres y las niñas?