El título de la cruz, recogido por los cuatro evangelios, probablemente es una clave muy completa para interpretar la impresión que Jesús causó a las autoridades: “este es Jesús, rey de los judíos”. Evidentemente, se trata de un rey muy extraño, en disonancia total con los reyes de entonces y los de hoy. Es llamativo que este rey fuera crucificado entre dos “malhechores”, traducción preferible a la de ladrones. Pues no se trataba de criminales corrientes, sino de hombres que se habían alzado contra el poder de Roma. Algo había en Jesús que permitía interpretarlo como un peligro para el poder imperial. Un poeta que canta la belleza de los lirios del campo o de los pájaros del cielo no termina de esa manera.
El crucificado era un rey que ponía en cuestión los poderes de este mundo. Y que además cuestionaba los valores que rigen la sociedad bien pensante de entonces y de ahora. Decía que había venido a llamar a los pecadores y no a los justos (Mc 2,17). ¿Acaso pretendía que el comportamiento moral no significa nada a los ojos de Dios? Dios está más interesado por los que se saben pecadores que por los que se creen piadosos. Las palabras y la manera de actuar de Jesús eran una denuncia para aquellos a los que les encanta el poder (todo tipo de poder, incluido el eclesiástico) y para aquellos que se dedican a condenar a los que no piensan o actúan como ellos. Un denunciante así sólo puede acabar expulsado, marginado, rechazado.
La realeza de Jesús no es la justificación de ninguna actuación que perjudique al hermano, pero es una llamada a tratar con misericordia al hermano que actúa mal. Lo que solemos hacer con las personas que actúan mal es condenarlas. Jesús las acoge. Por otra parte, la realeza de Jesús no es una llamada a la anarquía o al desorden, pero sí es una advertencia contra las ganas de mandar, las ganas de poder, porque precisamente estas ganas son un indicio de lo mal que se va a usar el poder. Los reyes de las naciones, dijo Jesús, las oprimen y, en el colmo de la ironía, se hacen llamar bienhechores. Y añade, dirigiéndose directamente a los que quieren ser de su grupo: entre vosotros nada de eso, el que quiera ser el primero, que sea el primero en servir.