(Ignacio Madera, Colombia). La disminución del número de religiosos y religiosas como el envejecimiento galopante, en Europa, Estados Unidos, Canadá y los países que se denominan a sí mismos desarrollados, ha generado desde los gobiernos generales de nuestras comunidades, la urgencia de lo que se ha denominado re-estructuración a nivel de provincias y procesos formativos o apostólicos.
No deja de ser lamentable que sean estas las causas de una migración de religiosos y religiosas de un continente al otro, de un país al otro, de una cultura a la otra. Y no deja de serlo porque la causa de estos movimientos no debería ser la sustitución o suplencia, sino la búsqueda de una salida hacia las fronteras, hacia las canteras no explotadas del Reino a las que nos impulsa la palabra y el testimonio de su santidad Francisco.
Sin desconocer la importancia y el valor de la interculturalidad, considero condición para lo anterior, la implementación de procesos de mutuo conocimiento, aceptación de la pluralidad cultural, reconocimiento de las diversas formas de orar, de meditar, de aproximarse a la conflictiva realidad del momento, de visiones y prácticas de la misión apostólica, que hagan verdad la internacionalidad, antes de mover para aquí y para allá, por ejemplo, a las nuevas generaciones en procesos de formación inicial.
Las urgencias de expansión o de mantener obras, instituciones o unidades administrativas en decadencia, priman en no pocas ocasiones sobre lo delicado de abocar, a las nuevas generaciones, o a las generaciones de mayores, a situaciones insostenibles de choques culturales y divergencia de mentalidades por las diversas prácticas comunitarias en la vivencia de los votos, visiones del carisma, la vida, la misión y el diario vivir. Amén de las simbólicas litúrgicas y vivencias espirituales.
Reestructurar supone crear primero las estructuras que permitan el “re” para no abocar a las hermanas y hermanos, a asumir decisiones que no me parecen responsables –y lo digo con todo respeto– porque pueden conducir a vivir la insoportable carga de migraciones religiosas por aquí y por allá que pueden ser asumidas alegremente y con sonoro optimismo, pero que sus consecuencias de sufrimiento y deterioro espiritual, no siempre se tienen en cuenta. Reestructurar sí pero estructurando antes los procesos y condiciones que lo hagan evangélicamente sostenible, pensando más al fondo.