(Ignacio Madera Vargas, Bogotá, Colombia). Es sugestiva la insistencia del papa Francisco en lo relativo a la necesidad de asumir como propios la causa y el destino, de los pobres, excluidos y marginados de todos los mundos. Ya hace muchos años el magisterio y la teología latinoamericanos, han proclamado que los pobres nos evangelizan. Y esto se ha dicho, no solo para los latinoamericanos, sino para la Iglesia universal. Porque en otros continentes existen diversas y no pocas formas de pobreza. Pero considero que no es fácil asimilar la hondura y el valor de esta evangelización desde los pobres y oprimidos, segregados y marginados. Si ellos nos evangelizan ¿cuál es la buena noticia que nos traen? ¿cuál es su evangelio?
La buena noticia de una fe del símbolo, de la narración, de la contemplación de Dios en todo lo que pasa y no de la argumentación racional y la deducción fría, a partir de principios inmutables. En el espíritu de las Bienaventuranzas en Mt 5,1-12, la felicidad está en esta manera sencilla, simbólica y directa de hacer presente el Reino. La opción por los pobres tiene sentido desde esta perspectiva de las Bienaventuranzas. Desde allí comprendemos aquello de las cosas que han sido reveladas a la gente sencilla y se han ocultado a los sabios y entendidos (Mt 11,25). Optar por ellos es buscar vivir este espíritu regenerador.
Pero hay una dimensión mucho más profunda en esto: los seres humanos somos simbólicos. Los sentimientos, las emociones, las actitudes y todo lo que tiene que ver con las dimensiones que trascienden lo fáctico, se expresan a través de símbolos. Quien pierde la capacidad simbólica pierde al mismo tiempo la posibilidad de sorprenderse (Mt 16,3). Los pobres mantienen esa capacidad de maravillarse ante lo sencillo ¿Te sigues maravillando ante la belleza de una flor? (Lc 12,27) ¿Te extasía un amanecer? ¿Un atardecer? (Sal 19,1) ¿Te duele la mirada cansada de una anciana que habiendo pasado la vida dando vida, trabajando y luchando, ahora se debate en soledad en el laberinto de sus pensamientos marchitos? (Is 1,17) ¿Te duele la vida crucificada? (Dt 15,7).
Optar por los pobres es dejar que ellos nos enseñen a recuperar la dimensión simbólica de nuestras vidas. Es saber asumir y generar símbolos: de fraternidad, de reconciliación, de apertura de espíritu, de capacidad de sorprenderse y maravillarse, para allí reconocer el rostro misericordioso de Dios Padre.