(Josep Mª Abella, Japón). «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz;
Una luz brilló para los que vivían en el país tenebroso «(Is 9,1)
¿Os habéis sentido nunca deslumbrados cuando estáis conduciendo el coche o simplemente caminando y el sol os viene de cara? Hay mucha luz pero es casi nula la visibilidad.
A menudo me da la impresión de vivir en un mundo lleno de luz, pero de una luz como la de aquellos focos que deslumbran y no dejan ver lo que hay alrededor. Uno se queda desorientado y no sabe muy bien dónde mirar o hacia dónde ir. Es una luz que hiere y se siente la necesidad de apagarla y dejar descansar un poco la vista.
En Navidad se habla mucho de luz, pero no se trata de estas luces que deslumbran. Es todo lo contrario. Las palabras del profeta Isaías nos lo describen muy bien. El pueblo estaba experimentando la tiniebla de la opresión, del verse pisoteado en su dignidad, de sentir como sus ideales y aquello por lo que habían luchado iban desvaneciéndose en la tiniebla del dominio humillante por parte de otro pueblo. Incluso se sentían abandonados por Dios, la fuente de la luz que los había guiado y había caldeado sus corazones durante toda su historia. ¡Qué deseo tan grande tenían de luz!
El nacimiento de Jesús es una respuesta a este deseo de luz. Navidad es un estallido de luz, de una luz que guía y calienta, pero no deslumbra. Es una luz que, más allá de los ojos, llega al corazón.
Es verdad que muchas ciudades del mundo se llenan de luces cuando se acerca la Navidad. Es una de las formas que tenemos los cristianos de expresar la alegría al celebrar estas fiestas. Todo ayuda a anunciar que ocurre algo trascendental y gozoso.
Sin embargo la verdadera luz de Navidad, la que calienta el corazón con el calor del amor de un Dios que se hace tan cercano que podemos incluso tocarlo y escucharlo, y que ilumina nuestros ojos para que podamos descubrir el verdadero sentido de las cosas y la historia, brilla en el interior de una cueva.
La celebración de la Navidad nos abre los ojos y el corazón a la contemplación del amor de Dios y de la dignidad de la persona: Dios se ha hecho hombre y lo podemos contemplar en el niño de Belén. Es necesario, sin embargo, decidirse a entrar en la cueva y dejar que la luz que brilla allí nos ayude a comprender la profundidad de este misterio. Se nos pide simplemente tener el valor de entrar en una cueva a la que todos están invitados. Allí encontramos la luz que nos hace sentir amados y nos enternece el corazón haciéndonos capaces de amar de verdad.
La luz de la Navidad continúa brillando aún hoy con intensidad: en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, en la fraternidad entre las personas y entre los pueblos, en el esfuerzo de todos los que trabajan para acercar nuestra historia y nuestro mundo al proyecto de Dios.
La luz de la Navidad nos permite ver de un modo nuevo el mundo y las situaciones sociales que marcan nuestro tiempo y descubrir las necesidades de amor y solidaridad que en él existen. Nos ayuda también a percibir el deseo de luz que experimentan quienes viven en la oscuridad de la opresión, del sentirse rechazados, de la falta de afecto o de la soledad, de quien busca sentido y esperanza en su vida y no la acaba de encontrar …
No nos dejemos deslumbrar por aquella luz que impide ver. Sepamos acoger la verdadera luz de Navidad.
FELIZ NAVIDAD Y FELIZ AÑO 2016. Os lo deseo de todo corazón desde Japón,