Aquel día, en Cesarea de Filipo, lo preguntó Jesús a sus discípulos. Hoy, en la asamblea eucarística, la pregunta es para ti que escuchas la palabra del Señor.
Esta fue entonces la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Busca ahora la tuya en el secreto de tu corazón, pues el que abrió los ojos a Pedro para que reconociese en Jesús al Mesías, el mismo te irá revelando los nombres que has de dar al que hoy te pregunta. Busca tu confesión, y llénala de nombres de amor para tu Dios y Señor.
Volverá a resonar la pregunta en la hora de tu comunión: “¿Quién soy yo para ti?” Y, para nombrar al que recibes, volverás a buscar dentro de ti palabras que escudriñen el misterio, lo desvelen, y dejen que se desborde por todo tu ser como luz, como gozo, como paz.
Y aún volverás a oír la pregunta de tu Señor en la hora de los pobres, en la voz de los desechados antes de nacer, en la voz del sin trabajo, del sin casa, del sin papeles, del sin futuro: “¿Quién soy yo para ti?”
Ellos, los pobres, son tu Señor, y con ellos, con tu Señor, has de caminar, Iglesia de Cristo, hasta que él vuelva y se revele el misterio del amor con que lo has servido.
¡Qué fácil, Dios mío, y qué terrible es desechar a Cristo!