“Y la Iglesia se hizo carne…”

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Siempre he pensado que el eufemista -y hasta “neutral”- concepto/realidad “Navidad” puede convertirse en una sutil e inocente mampara para ocultar otro concepto/realidad más original, comprometedor y decisivo para la humanidad: “encarnación”. “Encarnación” es casi una palabra cacofónica, ciertamente “no suena bien”. La gente la confunde con otros contenidos teológicos sobre los que pivota necesariamente nuestra fe: “redención”, “revelación”, “asunción”…. o, al menos, en raras ocasiones se ahonda en lo que significa el venerable término “encarnación”. (¿Cuántas veces se predica sobre el misterio de la Encarnación desde nuestros ambones?) Como mucho es el nombre de una buena señora del pueblo: “Doña Encarnación”… a quien todos llaman “Cionín”, o “Encarnita”, para evitar las cuatro largas y malsonantes sílabas del nombre original. ¡Actualmente sería un escarnio bautizar a una niña con el nombre de “Encarnación”! De “encarnación” se derivan también “encarnacionista” y “encarnado”, que para algunos puede sonar a casi herético, demasiado a ras de tierra, demasido corporal, demasiado terreno, con cierto olor a teología de la liberación o a teología política, a Gustavo, Leonardo Boff o J.B. Metz…a marxismo o a cosas así.  La “navidad” es más dulce, más enternecedora, más suave y almibarada, más nuestra…. suena a arbolito, a lucecitas multicolores, a turrones de todos los sabores, a champán o cava (que suele ser lo mismo), a vacaciones de invierno, a nieve y pistas de esquí, a regalitos envueltos en papeles sofisticados imposibles de doblar, a belenes tiernos que dejan boquiabiertos a nuestros niños (sólo a “los nuestros”, por supuesto). Ciertamente, “navidad” es una palabra asumida y aceptada por todos, sin riesgo de aparente contaminación izquierdosa o heterodoxa. Un concepto aparentemente “desideologizado”, política y eclesiásticamente correcto. Por eso todos nos decimos estos días. “feliz navidad”, pero nadie nos dice: “feliz encarnación”.

En-carnación -como su nombre indica- supone “meterse en carnes”, en las carnes ajenas, en los entresijos del mundo y sus corporeidades incómodas y comprometedoras. En-carnarse en la realidad es muy distinto a “celebrar la navidad”. “Celebrar la en-carnación” es celebrar que Dios se atreviera a hacerse carne, a hacerse humanidad, a hacerse historia, a tomar parte en los desvaríos, las miserias y también las cosas bonitas de los seres humanos. El himno cristológico de la carta a los filipenses es un himno navideño, porque nos sitúa en el mismo centro de la carne y la mundanidad. Y ya estamos hablando de Iglesia. Porque la Iglesia sólo lo es  si se en-carna, sin dejar de ser “pulcra y sin mancha” (efesios), pero embarrada, comprometida, profética, expuesta, cómplice de tanta “carne” pisoteada, hambrienta, desahuciada, exiliada, postergada, marginada… ¡tanta carne corrupta por falta de humanidad solidaria!

¿Será una herejía escribir: “Y la Iglesia se hizo carne y habitó entre nosotros”?  Como prolongación del Verbo, y que sin ser “de condición divina”, “se despojó de sí misma(o), tomando condición de sierva(o)… y se humilló a sí misma(o), obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”… “para que toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (cfr. Fil.2,7-11)… forzando un poco el texto y sin permiso de exégetas o biblistas