Y, FINALMENTE, HABLARON LOS OBISPOS

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Y, finalmente, los obispos hablaron

La transparencia eclesiástica nunca ha sido una de sus mayores virtudes. Una lástima. Ese secretismo, similar al de los emperadores japonés invisibles en su palacio e inmersos en su halo misterioso y cuasi-divino, sólo ha traído dolores de cabeza, ataques y desconfianzas hacia la Iglesia, sensación de lejanía y postergamiento en sus fieles. También en sus curas.

Por eso hemos de saludar con alegría el estupendo documento “Fieles al envío. Orientaciones pastorales…” que recientemente ha hecho público la Conferencia Episcopal Española, después de largos e incomprensibles silencios que podrían alentar sospechas de indiferencia, desinterés o desconocimiento de la realidad, o, según algunos, “perplejidad, desorientación o turbación” ante un panorama ciertamente complejo y dramático, según no pocos. El mutismo innecesario empleado como estrategia u ocultamiento de la realidad, sólo produce tergiversaciones, bulos, mentiras, chismes y una opaca sensación de caminar perdidos sin saber dónde estamos ni adónde queremos ir.

El documento episcopal es lúcido, realista, desgarrador incluso en algunas de sus expresiones, sincero, valiente, y muy oportuno. De “obligada lectura” no sólo para los sacerdotes, sino -como sugiere el mismo documento- como material básico de estudio, diálogo y reflexión en las comunidades parroquiales y movimientos de Iglesia. ¡Ojalá no se quede en “un documento más” que duerme el sueño de los justos en algún cajón del despacho parroquial! El texto episcopal da para mucho y debería ser instrumento de trabajo, reflexión y oración para todos los cristianos.

Algunos peros. No como reproche, sino como presunta ayuda.

  1. Llega relativamente tarde. El “discernimiento”, tan de Francisco jesuita, asumido por el documento, es más que un simple “análisis de la realidad”, como recuerda en varios lugares. Pero muchos de los aspectos a que se refiere “Fieles al envío misionero”, no son de hoy, ni de antes de ayer. Los mismos obispos citan la Gaudium et Spes (nº4-5) de hace más de 50 años. Ha llovido mucho desde que algunos “profetas” en nuestra tierra y desde otras latitudes, vienen analizando los tics socio-culturales que ahora se presentan ya como “datos adquiridos”. Aquellos pre-diagnósticos e hipótesis de trabajo no fueron aprehendidos por buena parte de los sectores eclesiales, especialmente el clero y los obispos, tildándolos de “progresistas”, catastrofistas o fantasiosos. No lo eran. Y durante décadas no hemos sido capaces, ni siquiera, de ponernos de acuerdo mínimamente en algunos de esos “síntomas” preocupantes de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, ya entonces enfermas. Pero “más vale tarde que nunca”. Ojalá sirva para sentarnos, especialmente los curas, y pensar, orar y dialogar juntos sobre “qué está pasando”. (Porque todavía no lo sabemos bien).
  2. Echo en falta un nuevo “mea culpa” de la Iglesia en el documento. Pedir perdón siempre nos acerca al rostro de Dios. Porque nosotros, como Iglesia, también somos responsables de muchas de estas metástasis. Apenas se hace referencia a hechos y actitudes que han coadyuvado al éxodo masivo de la Iglesia en las últimas décadas. Y no sólo en España, por supuesto. Los graves y hasta delictivos asuntos financieros que tocan incluso al mismo corazón del Vaticano, los dolorosos casos de pederastia en todo el mundo, las tomas de postura públicas ante situaciones tan delicadas como la comprensión y misericordia hacia personas de orientación sexual minoritaria, o el silencio, (o escaso compromiso) ante dramas tan terribles e infrahumanos como las emigraciones desde África, los siempre polémicos y escurridizos temas de bioética y moral sexual, el problema de las inmatriculaciones en nuestro país, los obispos “vacunajetas” en España, , son motivos (justificados o no) que han prodigado una exculturación masiva de la fe, un neopaganismo, como también refieren los obispos. Sería oportuno que la cúspide de nuestra Iglesia pidiera perdón ante sus propios pecados personales (todos somos humanos) e institucionales. El documento sólo señala una “pérdida de confianza” en nuestra gente sin reconocer públicamente, de un modo explícito, los errores, encubrimientos y hasta delitos de altos jerarcas de la Iglesia. Quizás debería hablar, además de “una pérdida de credibilidad” generalizada, especialmente entre los jóvenes, difícil de restaurar y remontar.
  3. Los curas son los grandes olvidados del documento. Apenas se les nombra, sólo de modo tangencial y “lógico”. Los curas son los grandes sufridores de este ya reconocido “cambio de paradigma” que sólo se está iniciando pero que discurre rápidamente. “Tenemos la impresión, dice el documento, de que el cambio va más de prisa que nuestra conversión pastoral” (nº 1). El documento va dirigido a “obispos y comunidades diocesanas”; explícitamente no se nombra a los sacerdotes y religiosos. Hay mucho sufrimiento, desazón, despiste, aturdimiento, en el clero; o, lo que es peor, resignación, aburrimiento, fugas de todo tipo, pasividad, rutina, falta de creatividad, desinterés, falta de formación profunda y adecuada, ¿ausencia de fe?, y sobre todo, soledad, sensación de abandono por parte de sus obispos. ¿Cuántos obispos, y cuántas veces, han telefoneado a un cura para decirle: “¿tienes la tarde libre para ir a conversar contigo tranquilamente y tomar juntos un café?” En 48 años de cura jamás he recibido una llamada así. Los curas también están atrapados en ese “enjambre virtual” del que hablan los obispos.
  4. Opino que “éste no es un documento más” de nuestros habitualmente sigilosos y lejanos obispos. Es, puede ser al menos, un llamamiento serio en el que nos jugamos ese “Id y evangelizad” del que repetidamente hablan nuestros mitrados y el papa Francisco. Nos jugamos mucho si no lo meditamos, lo interiorizamos y lo dialogamos. Este mundo “líquido” (Bauman), en expresión que también utilizan los obispos, vive “una sociedad desvinculada, desordenada e insegura de la que crecen la desconfianza y el enfrentamiento” (nº2). Una sociedad que vive “etsi Deus non daretur”, en la vieja expresión de Groccio, en el lejano siglo XVII, tan querida por Bonhoeffer, y que también expresa la Conferencia Episcopal. “Como si Dios no existiera”, en una sociedad donde aparece “un resurgir artificial de ‘las dos Españas’ de tan dramático recuerdo” (nº5). Una expresión, ésta última, que en un documento oficial de la Conferencia Episcopal de Obispos Españoles, sencillamente, me da miedo.