No os lo digo yo; sería un deseo ineficaz. Os lo dice vuestro Dios, el único que puede decirlo con verdad.
Nos lo dijo en aquella noche santa, en la que nació Jesús de María y del Espíritu Santo, pues vio cumplido su sueño de proclamar una buena noticia a los pobres, de engrandecer lo pequeño, de cargar sobre los hombros ovejas que se habían perdido, de compartir mesa y gracia con publicanos y pecadores.
En el silencio de aquella noche, Dios pudo decirnos: ¡Feliz Navidad!, porque su paz se quedaba a nuestro lado, su salvación nos alcanzaba, su justicia nos besaba, su verdad nos daba la libertad.
Dios sintió que en aquella noche el corazón se le llenaba de gozo por unos hijos que, desde un país lejano, volvían a casa, se la habían muerto y volvían a la vida; Dios vio que su casa se le llenaba de hijos que le decían: ¡Abba!…
Dios soñó aquella noche un mundo habitado por la esperanza, por la alegría, por la osadía de los enamorados, por la locura de los que creen; un mundo en el que el lobo habitaba con el cordero, en el que la pantera se tumbaba con el cabrito, en el que leones y novillos pacían juntos; un mundo en el que entraba perdedor con los perdedores, derrotado con los derrotados, excluido con los excluidos, desplazado con los desplazados, crucificado con los crucificados de la tierra.
Feliz Navidad, porque Dios se hizo hijo del hombre, y al hombre lo hizo hijo de Dios.
¡Sólo hace falta fe para verlo! ¡Sólo hace falta fe para realizarlo!
Feliz Navidad, amigos. Feliz Navidad, hermanos. Paz y Bien a todos los que esperáis la salvación