VR EN LA SEMANA LAUDATO SI’ (I)

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1983

Cambio de conciencia

«Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura».

(Francisco, Laudato si’, 2)

 

Ya se ha escrito mucho sobre la encíclica Laudato si’ y ello tiene su lógica, ya que es la primera encíclica que trata a fondo la cuestión ecológica. En otros lugares del magisterio ya se aludía al tema, pero no de una manera tan profunda y extensa. Era una asignatura pendiente, pero, al mismo tiempo, difícil de abordar. En primer lugar, porque existen muchos recelos a que las religiones institucionales digan una palabra sobre el asunto porque están bajo sospecha de haber propiciado una visión de la naturaleza como mero objeto de consumo para el ser humano, sobre todo la judía y cristiana. Y, en segundo lugar, porque algunos de los postulados como la contracepción para el control de la natalidad y su incidencia en la superpoblación del planeta, choca frontalmente contra los postulados de la moral sexual católica y es una de las acusaciones más insalvables desde el punto de vista científico e ideológico de distintas organizaciones y colectivos.

Por todo ello, es de agradecer la valentía a la hora de redactar este documento, teniendo en cuenta también la oposición de los ecoescépticos con relación a la incidencia del ser humano sobre el calentamiento global y el deterioro de los ecosistemas, o la crítica sistemática que él hace a un modelo de progreso y a un sistema financiero que condicionan las decisiones políticas y el principio del bien común, excluyendo con ello a la mayoría de los pobladores de la Tierra y comprometiendo a las generaciones futuras.

Una visión integral

Francisco apuesta por una visión integral desde la fe de la cuestión ecológica sin tapujos, a sabiendas de las críticas y oposiciones que ello suscita en el seno eclesial y fuera de él.

La encíclica fue publicada el 25 de mayo de 2015 y lleva como subtítulo: “Sobre el cuidado de la casa común”. Está dividida en una introducción y seis capítulos.

En ella, el Obispo de Roma, quiere establecer un diálogo “con todos acerca de nuestra casa común”. Es más, propone que las tradiciones religiosas tengan un papel de igual a igual con otros interlocutores en la búsqueda de soluciones globales a la crisis actual. Es consciente del tesoro y la capacidad de movilización que tiene la fe cuando esta es vivida en coherencia e integra todos los elementos de búsqueda de un mundo más justo que, a veces, quedan soslayados.

Por tanto, desde una perspectiva particular y de un análisis de la realidad con pretensión de objetividad, contando con la visión de la tradición, la reflexión teológica y la espiritualidad cristiana sobre la casa común, Francisco quiere ofrecer pistas de diálogo con otras comprensiones ecológicas, creyentes y no creyentes (es importante hacer notar que ecología también es política, economía y una manera de entender al ser humano y todo ello varía según la perspectiva que se adopte).

Una casa común

Lo primero que tenemos que destacar es esta noción de “casa común” con respecto al planeta que habitamos. Un término que no tiene mucho tiempo de vida. Comienza a surgir de una manera fuerte cuando comienzan a llegar las primeras fotos de la Tierra desde el espacio en los años 60 del siglo pasado.

Desde ahí la humanidad comienza a tomar conciencia de los límites y de la belleza de una esfera azul rodeada de oscuridad. La fragilidad de lo que antes era inconmensurable se muestra con toda su fuerza por unas imágenes que cambian nuestra forma de entender la realidad. Desde allí arriba no se ven fronteras y lo particular queda supeditado a lo común.

Es un gran paso para todos que dibuja un hermanamiento y una corresponsabilidad universal. El planeta parece que cobra vida y se percibe como un organismo viviente: el gran ecosistema que sostiene a los otros ecosistemas más pequeños, pero no menos importantes.

El ser humano queda englobado en este todo mayor y percibido como una especie más, pero con una responsabilidad mayor que las demás dentro de esta casa común, en la que todo es proyecto de Dios.

En el documento se habla de huella ecológica, de patrones de consumo, de límites de crecimiento, de justicia entre especies, de políticas de protección ambiental o de desarrollo sostenible.

Entran en juego unos nuevos actores: las generaciones futuras; personas que existirán en un futuro pero que condicionan desde ya nuestras decisiones éticas a nivel global y particular. Esto nunca había pasado en la historia de la humanidad: los límites del planeta, su fragilidad, van a condicionar nuestras decisiones de hoy con respecto a un futuro incierto. Actuar desde lo particular con una visión de conjunto. Aquí ya tenemos nuestra gran aldea global.

Por todo ello, no cabe duda, que esta encíclica tiene una importancia mayor para la vida religiosa entendida como una forma de vida en el seno de la Iglesia y como una propuesta profética y escatológica del Reino. En nuestro día a día ya vivimos muchas de las aptitudes que la encíclica va desgranando, aunque no seamos plenamente conscientes. Valores como otro modelo de consumo en el que prima el compartir y la desposesión, la búsqueda de la justicia intergeneracional, el modelo de decrecimiento, la preocupación por la belleza y la transparencia de Dios en todo lo creado, el cuidado de lo frágil, la capacidad de diálogo para la toma de decisiones…

Algunas tareas pendientes

Pero todavía nos quedan tareas pendientes: adecuar aún más nuestras casas y obras a los estándares ecológicos más adecuados y exigentes, revisar nuestras inversiones financieras  y económicas según criterios más éticos, tener en cuenta a las generaciones futuras desde el punto vista del consejo evangélico de castidad por el Reino y los menos favorecidos, extender el trabajo en red con otros movimientos e instituciones civiles o religiosas que luchan por un mundo mejor y más sostenible, extender y actualizar nuestra espiritualidad para que tenga cabida toda la dimensión creacional y de guardianía que es regalo de Dios, hacer más legible para la sociedad actual valores que ya son una realidad como la austeridad fecunda o las comunidades plurales (en edad y nacionalidad) como espacios de vida y no solo de trabajo…

Por todo ello sería bueno que fuésemos desgranando la encíclica Laudato si’ durante unos meses y nos dejásemos empapar de sus contenidos y orientaciones que tienen mucho que ver con nuestra vida y misión en lo concreto del día a día.

(Cf. Miguel Tombilla, Laudato si’, en VR (2017) 123-1.17-19).