Voz

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En el Evangelio de este domingo Jesús dice que es el Pastor. Pero no un pastor cualquiera, como nosotros no somos ovejas cualquiera. No se trata de gregarismo, de obediencia ciega, de cuidado impuesto.

Jesús nos habla de escuchar su voz y de reconocerla, de pertenencia amorosa, de cuidado tierno, pero todo dentro de los márgenes de la libertad que brota de ese amor mutuo.

Es una voz que resuena en los corazones de cada uno, en la vida entregada generosamente, en el día a día. Y también es una llamada personal hecha desde y para la comunidad. Somos rebaño (que no quiere decir uniformidad ni clonación de actitudes), en el que la voz del Pastor resuena en toda su hondura, en el que el cuidado se espesa de una manera sorprendente. Conoce todos nuestros nombres, pero le gusta hacerlos sonar encadenados.

Tampoco es (somos) un rebaño autosuficiente y resguardado. Somos invitados a entrar y a salir por una puerta, más o menos estrecha, pero a entrar y salir. Si nos quedamos sólo en ese calor acomodaticio y adormecedor, corremos el riesgo de confundir los murmullos o los gritos de nuestras propias voces con la voz del Pastor. O nos puede pasar que nos dediquemos sólo a los monólogos interminables o a defender nuestros pobres argumentos tristes y decadentes o a comer siempre la misma hierba.

El Pastor nos invita a salir, con la seguridad de que si nos perdemos Él saldrá en nuestra búsqueda. Es cierto que el extravío se puede dar, que entre otras voces distintas podamos olvidar la Voz del que nos ama a fondo perdido, que en un arrebato pródigo confundamos la libertad con el olvido y la independencia con el individualismo. Pero el Pastor siempre saldrá a buscarnos, una y otra vez, siempre, seguro.

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