Hace muchos años, cuando aún no peinábamos canas, un grupo de hermanas junioras nos adentramos a realizar una dinámica un poco extraña. Se nos preguntaba qué frase desearíamos poner como epitafio el día que avancemos hacia la “otra vida”. En el compartir recuerdo una voz tímida que dijo: “Quisiera que escriban lo siguiente… Aquí yace una mujer que vivió intentando”. Esa joven juniora nos dio una gran lección, ya que puso sobre la mesa el anhelo de caminar haciendo una radical experiencia de Dios, de paso en paso, de luz en luz, de intento en intento.
Y algo así deberíamos pensar escribir de cara al futuro. Nuestra vida religiosa es una radicalización de la experiencia de Dios (cfr LG 44). Hacemos de esta sabiduría el núcleo centralizador y el proyecto fundamental de nuestra vida. Con actitud profética, intentamos descifrar en el hoy y en el aquí, los signos indicadores de nuevas respuestas, religando los acontecimientos y la vida en un único corazón “que bate su parche, sol y tinieblas” y expresa su latir en la cotidianidad. Pero ¿cómo vivir y compartir esta experiencia tan profunda en nuestras comunidades locales, arriesgando poner palabras a nuestras experiencias y roturando respuestas comunitarias que fecunden acciones con aroma a Reino y a vino nuevo?
Tematizar la experiencia de Dios en el seguimiento de Jesús significa orientar nuestros deseos y anhelos en procurar hacer vida el Evangelio de la alegría y la salvación. La memoria del Dios de Jesús será el “cantus firmus” en torno al cual cantan muchas otras voces a las que deberemos aprender a escuchar para soñar juntos. El cultivo consciente del espacio de Dios, de su memoria viva, lejos de hacernos huir del mundo, nos enlaza, nos interliga, nos hace gozar de su andadura, para procurar ser varones y mujeres creyentes.
Deseo que desde nuestras diversas realidades, el “Espíritu de los cuatro vientos”, nos regale hacer vida “aquel soñado epitafio”, que si bien desde ya lo escribimos mentalmente en el claroscuro de la fe, la convicción viva que nos habita, supera toda sensibilidad y razonamiento, para saberlo posible y real.
Yo quiero vivir intentando. Quiero que vos también te sumes. Y que una vez más podamos decirnos mirándonos a los ojos: ¡Hagamos que suceda!