Se dice en tono coloquial: vives como Dios; para decir que alguien “vive bien”, “muy bien”, “estupendamente”.
Claro que el Dios de ese dicho nada tiene que ver con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, con el Dios de nuestra fe.
Si lo miras desde los ojos del Salmista, tu Dios anda atareado en perdonar culpas, en curar enfermedades, en rescatar vidas de la muerte, en repartir cuanta gracia y ternura podamos recibir: Dios misericordioso, que padece con los que padecen, y a quien estremece la ternura por sus fieles.
Entonces intuyes un significado nada coloquial para la expresión “vivir como Dios”. Porque tu Dios es un padre, una madre, que vela por el bien de sus hijos; tu Dios es un amor atareado en borrar culpas, perdonar ofensas, curar heridas, salvar vidas; tu Dios padece de mal de amor.
No, tu Dios no puede “vivir estupendamente”, como aquel rico que banqueteaba cada día, mientras, a la puerta de su casa, un pobre moría de llagas y de hambre.
Es más, empiezas a sospechar que Dios es precisamente aquel pobre, que yace llagado y hambriento a las puertas del rico para salvarlo de su “vivir estupendamente”.
Y a ese Dios pobre, echado a las puertas de la humanidad, lo reconoces en Jesús, que nació en pobreza, humildad y caridad, vivió en pobreza humildad y caridad, y murió en pobreza, humildad y caridad. En Cristo Jesús, Dios pasó amando a sus enemigos, haciendo el bien a quienes lo odiaban, bendiciendo a quienes lo maldecían, orando por los que lo crucificaban.
Mírate en él, mírate en la Palabra de Dios que, hecha carne, habitó entre nosotros: verás que presenta la otra mejilla a quien le pega, verás que deja la capa y la túnica hasta quedar levantado en una cruz y desnudo, verás que nada reclama de lo que le hemos arrebatado.
Si nos miramos en Cristo Jesús, “vivir como Dios” se nos vuelve mandato: “amad a vuestros enemigos, haced el bien sin esperar nada”… “Sed compasivos… no condenéis… perdonad… dad”… Si nos miramos en él, éste es el mandato que recibimos: “que os améis unos a otros como yo os he amado”… que seamos como él… que vivamos como él...
Y si alguien pregunta cómo ha de hacer para “mirarse en Jesús”, invítalo a “mirarse en el evangelio”, a escuchar su palabra, a dejarse llevar por su Espíritu, a seguirlo en su camino, a imitar su vida…
La Eucaristía que celebramos es sacramento de la vida entregada de Cristo Jesús: sacramento de su amor hasta el extremo, sacramento de quien se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, sacramento del perdón con que, en Cristo Jesús, Dios nos sana y nos libera, sacramento de la ternura con que, en Cristo Jesús, Dios nos abraza…
En la Eucaristía, de Cristo Jesús aprendemos a “vivir como Dios”: aprendemos a ser todo de todos, como lo es él, como lo es el pan de nuestra ofrenda, como lo es el pan de nuestra comunión…
En la Eucaristía, vamos a la escuela del amor de Dios.
Feliz domingo.