Los hombres y mujeres de buena voluntad han tenido que afrontar –ya desde los orígenes- casi las mismas dificultades que nosotros hemos de afrontar hoy. Eso se desprende de la historia de Noé, que nos narra el capítulo 9 del Génesis.
Allí se nos habla de lo mal que iba el mundo en aquel tiempo; hasta el punto de acabar siendo destruído. El único que se salvó fue Noé. Este hombre, al verse salvado, en actitud de profundo agradecimiento, ofreció a Dios un sacrificio.
Y Dios respondió diciendo:
“Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra».
Dijo Dios:
«Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpertuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y toda alma viviente, toda carne, y no habrá más aguas diluviales para exterminar toda carne. Pues en cuanto esté el arco en las nubes, yo lo veré para recordar la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra» (Gen 9,11-16)
¿Qué nos quiere decir Dios con estas palabras? Pues algo así como: “Estáte tranquilo; siéntete seguro; actúa como un hombre libre, porque estoy, porque estaré siempre contigo. Cuando llegue la tempestad, acuérdate, de mi arcoiris, que pongo en el cielo como memorial, como advertencia de mi ayuda”
Quizá no haya que ir tan lejos: ¡a tiempos de Noé! También hoy existen alianzas. La alianza que une a nuestros padres –alianza esponsal-, las alianzas que median entre los amigos y amigas. Démonos cuenta de que también nosotros somos mujeres, hombres de alianza. ¿Cuál es mi Alianza? ¡Pues la Alianza que un día hicimos con Jesús, en el bautismo, en la confirmación! Esa alianza que de vez en cuando ratificamos y que mantenemos. Es verdad que esa alianza peligra a veces y pasa por territorios de prueba; pero nuestro Dios nos dice:
“Estáte tranquilo y seguro, estoy contigo, estaré contigo”.
Recordemos la fórmula de Alianza del Bautismo, extendida después en los demás sacramentos: por una parte la intervención divina:
“Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (en el bautismo);
“recibe el sello del Espíritu Santo” (en la confirmación),
“tomad, comed, esto es mi cuerpo” (en la eucaristía).
“Yo te absuelvo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
Por otra parte nuestra intervención y acogida:
“¡Renuncio!,
¡Creo!,
¡Amén! cuando comulgo!,
¡Cuenta conmigo!..
El compromiso de nuestro Bautismo, de la nuestra Confirmación, de nuestra Primera Eucaristía, ha ido siendo ratificado en diversas ocasiones. Al primer “sí” han sucedido otros “síes”. Ha habido dificultades, pero hemos continuado al lado de Jesús, de nuestro Dios. No todo no ha sido perfecto, pero a pesar de todo, hemos continuado al lado de nuestro Dios.
La historia santa de Dios con el pueblo de Israel, en el antiguo testamento, fue una historia extraordinaria. Pero también es extraordinaria esa pequeña historia que vamos tejiendo juntamente con nuestro Dios: ¡mi historia! ¡la historia de mi Alianza! También es “santa” o “sagrada” mi historia. La conocen mis padres, mis hermanos, mis amigos. Por eso, yo también puedo contemplar el arcoiris como símbolo de mi vida, de mi vida en alianza.
También hoy podemos celebrar nuestros años de Alianza. Sí queremos festejar esa vida que ha transcurrido bajo el arcoiris.
El arcoiris une cielo y tierra. Así refleja perfectamente cómo el cielo está unido a nuestra tierra y nuestra tierra unida al cielo.
¿Qué hacemos cuando festejamos un acontecimiento importante? Pues, a veces, vamos al album de fotos para recordar y hacer presente la historia pasada. Cuando hacemos una celebración o una fiesta despertamos en nosotros cosas que la vida ordinaria nos hace olvidar: alegrías, dificultades, contratiempos, cosas imprevistas, momentos creadores… Celebrar toda la vida es precioso.
Celebrar es releer la historia de nuestra vida para nutrirnos, alimentarnos. Es también evocar ciertos acontecimientos reprobables, que no queremos volver a repetir…
Abramos hoy nuestro album de buenos y malos recuerdos…