Estoy viajando hacia México y me hace recordar que cuando era una muchacha agnóstica ya soñaba con ir a América Latina. El Señor no se queda con nada, todo nos lo devuelve por otros caminos. Tengo la suerte de participar en una Conferencia internacional de educadores, el tema es algo así como “Un camino contemplativo ante una realidad compleja”. Aprender a contemplar y aprender a convivir son dos de los desafíos de nuestro tiempo. Hace unas semanas observaba en una cafetería a una pareja con dos niños, era una escena poderosa porque los cuatro estaban con sus móviles y tablets, cada cual pendiente de su pantalla. Era como un icono de esa ausencia que se nos cuela en nuestros días, de la incapacidad para estar atentos, presentes al don del otro. Nos vemos sumergidos en una vida sin pausa. Se nos exige estar conectados 24 horas al día, 7 días a la semana, y las consecuencias se dejan sentir en multitud de órdenes, no hay espacio para la calma; estamos constantemente ocupados. Nunca hemos tenido tantas posibilidades de estar informados acerca de lo que sucede en nuestro mundo, pero este aumento de información no lleva implícito un aumento de sensibilidad, lo que provoca, en ocasiones, es saturación.
Una historia zen narra acerca de un jinete sobre un caballo a gran galope. En un cruce de caminos uno de sus amigos le pregunta: “¿Dónde vas?”. El jinete le responde: “No lo sé, pregúntale a mi caballo…”. Nuestro caballo es internet y no sabemos cómo pararlo. Vivimos en la era de las pantallas y no podemos evitar el impacto tecnológico en nuestras vidas pero sí necesitamos aprender a entrenarnos en una manera de vivir con la tecnología que no nos aísle, que no nos enferme y deshumanice. El Papa Francisco nos alerta en Laudato Sí sobre la “rapidación” (un término acuñado por sociólogos latinoamericanos). En una sociedad tecnificada todo sucede tan rápido, tiene tanta inmediatez lo virtual, que se va demasiado deprisa para acompañar los ritmos lentos de la vida real. Frente a este acontecer precipitado, estar presentes supone una elección que es en sí misma una afirmación amorosa. La elección de estar atentos a la otra persona le dice: “Tú eres digna, tú vales”.
Siento que en nuestra vida comunitaria, en medio de todo lo que tenemos que hacer, lo que más necesitamos es “presencia”: personas que miren con detenimiento otros rostros, que saluden con calma, que pregunten… Frente a la “rapidación” que nos envuelve a todos cuando encontramos vidas con pausa son como medicina, a su lado se recupera el verdadero sabor de las cosas.