VIDA RELIGIOSA, MES DE NOVIEMBRE

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«SUSTO O MUERTE». EL ORGANIGRAMA, LA VIDA Y LA MISIÓN

Cuando hablen de nosotros dentro de un par de siglos, reconocerán que somos unos consagrados laboriosos, organizados, estructurados y eficaces. La situación en la que nos encontramos nos pide un combate férreo con la cronología de modo y manera que, en la medida de lo posible, tengamos respuestas y pocas sorpresas. La vida –siempre la vida– nos va sorprendiendo y lo que calculábamos consecuencia de haber sopesado nuestras fuerzas y debilidades, no siempre son claridades, sino ambigüedades. Pareciese que hemos entrado en una dinámica, ciertamente cruel, en la que solo caben dos salidas: susto o muerte. Si no hacemos algo morimos; pero si lo hacemos, el susto puede provocar, de otra manera, la muerte.

Llegado este punto nos empleamos, con fuerza, en introducir la vida y la misión en el organigrama; aunque el organigrama contenga elementos con poca vida y se llegue a confundir funcionamiento jerárquico con misión. Quien nos ve, nos ve trabajadores –que no es poco– pero le cuesta llegar al punto profético que acompaña los grandes principios de vida y misión que pretendemos encarnar.

Carlos Eymar en su ensayo El funcionario poeta, llega en su epílogo a una conclusión, al menos, sugerente. Quizá tengamos que volver la mirada a ensayos como este para descubrir que a más jubilaciones no tiene por qué haber más  organigramas y consejos de administración. Dice Eymar que «jubilación tiene sus orígenes en el Levítico y es el sonido de la trompa triunfal que anuncia a los cuatro vientos el inicio de una nueva etapa creadora». ¡Cuánto nos gustaría anunciar y anunciarnos una nueva etapa creadora! ¡Cuánto lo necesitamos!

Quizá los consagrados todavía guardemos algo de poetas. Ya saben, aquellos y aquellas que no se conforman ni con una lectura plana de los días ni con convertirlo todo en números. Aquellos que todavía tienen tiempo para reír gratuitamente, y no solo con los de siempre. La poesía es la vida con melodía y la vida consagrada es de quienes tienen sensibilidad para captar que las palabras no son solo palabras, pueden salvar o condenar; y, hasta creen que, los gestos pueden ser el primer paso del cambio del mundo. Aquellos que no se aferran a las cosas, porque saben que éstas no son nada sin el aliento de la fraternidad o gratuidad. Aquellos que todavía creen, porque la fe es la sublimación de la poesía, nada más y nada menos, que intuir en clave de divinidad.

Quizá una etapa creadora y nueva sea posible. Necesitamos compartir que la necesitamos, darle cauce, dejar que se abra camino, que suene, que viva. Hemos insinuado muchas veces que hemos de aprender a mirar de otro modo y a otro lugar. Si seguimos con la mirada fija en el organigrama y sus desafíos; la cronología y sus pirámides, acrecentamos la desesperanza y hasta podemos susurrarnos: «no hay salida, pero sigamos afanosos en lo que estamos».

La salida está en permitir que las trompetas del júbilo suenen y lo hagan con sonidos bien diferentes e inéditos. Está en la mirada que transciende los números y las fortalezas de lo que aparentemente es fuerte. Está en ser capaces de dar un paso, mirar fuera de nosotros mismos y a otros lugares donde hoy no estamos. Ahí encontramos salida. La que no prevemos porque no está detallada ni insinuada en nuestros concienzudos programas y proyectos, pero está, porque la está escribiendo el Espíritu. Es un texto tan nuevo que no está contaminado; tan limpio que no ha recibido ningún prejuicio, ni cliché; tan posible que nos recuerda la humilde propuesta de aquellos orígenes en los que nacieron nuestras congregaciones donde proximidad, normalidad y ausencia de burocracia eran el anuncio explícito de que algo grande nacía, aunque, era verdaderamente pequeño.

No se sabe qué generación dará el paso. Ni quién dirá, el primero o primera, «¡hasta aquí!». Pero surgirá. Quizá nuestras congregaciones ancianas descubran el verdadero significado de la jubilación y tantos jubilados y jubiladas celebren el gozo de la visión; la libertad de la misión y la esperanza de la novedad, que no está en la historia, sino en la capacidad para superarla. Definitivamente, a la vida consagrada le viene muy bien tener ancianos. Eso sí, libres y con visión, que dediquen sus días a recrear y soñar un confiado mañana. Que será bien distinto.