Íñigo García Blanco, Hermano Marista(Vr 10, vol.123). ¿En qué momento nos encontramos? ¿Quiénes somos los que nos encontramos? ¿Para qué podemos encontrarnos… antes de emprender nuestros caminos?
Estas preguntas son con las que quiero iniciar mi reflexión tras recibir la invitación que se me traslada a repensar abiertamente y sin guiones establecidos qué podemos decirnos tú y yo, aquí y ahora como Iglesia, a la que siento como comunidad de vocaciones y expresión de comunión.
Creo que nos encontramos en un tiempo único donde las preguntas más que a la cabeza van dirigidas al corazón, donde las búsquedas van orientadas a reconocer qué hay (quién nos alienta) más allá de nosotros mismos, donde los deseos de transformación social son expresión inequívoca de un mundo necesario más humano y fraterno –casa común de todos que sostiene y cuida–.
Somos tú y yo, y tantos jóvenes y tantos otros adultos, que creemos primeramente en nosotros, como protagonistas de nuestras vidas y como coprotagonistas compañeros que van entrelazándose y que la “diosidencia” (por no decir la coincidencia) hace que nos encontremos. Creyentes en la humanidad (en su sentido más profundo); creyentes en la divinidad (en sentido más pleno y sagrado); creyentes en la vida que discurre cada día.
Podemos encontrarnos sobre todo para reconocernos en nuestras miradas (te veo y me dejo ver por ti, te conozco y quiero que sigas conociéndome, te escucho y también quiero saber de ti). Podemos encontrarnos para compartir mesa, para escuchar la Palabra de la Vida, para celebrar el encuentro.
Mis últimas palabras quieren recordarme que no somos lo que hacemos, sino que somos por aquellos con quienes compartimos la vida y los sueños que nos hablan de una vida plena y comunitaria.